De entonces
Celebrando un poco el advenimiento de las ferias del Libro y la inquietud creativa de Carlos Ramírez y su combi móvil, recuerdo que cuando era muchacho la oferta de juguetes no era tan variada ni tan profusa (se reducía a las fiestas de fin de año) y los cumpleaños de las compañeras y compañeros de colegio que abarcaban los once meses previos se veían obsequios que eran, necesariamente, los libros de literatura infanto-juvenil expuestos y vendidos por librerías que hoy ya no existen.

Ahí estaban por ejemplo la librería Selecciones, la Difusión, la Tejerina y otras menores con colecciones de Dumas, Verne, Scott, Louise May Alcott, Edmundo de Amicis, Juana Spiry y otros autores de nombres olvidables, pero de títulos inolvidables como Bomba el niño de la selva, Bufalo Bill, El pequeño lord, La cabaña del tío Tom o Heidi,
Las cumpleañeras o cumpleañeros ya sabían lo que recibirían sin que por ello menguase su entusiasmo, pues el material, tan variado como era, nunca se repetía.
A un nivel un poco más elevado que el de las historietas, los libros también se intercambiaban y las aventuras de los caballeros del Rey Arturo, de Ivanhoe o del Príncipe valiente, pasaban de mano en mano hasta quedar desencuadernados y con algunas hojas faltantes. Las acciones relatadas eran repetidas en juegos en los que se substituían las armas medievales con palos de escoba y tapas viejas de contenedores. Es lógico que alguna vez alguien apareciera con la cabeza rota o moretones en el cuerpo, todo ello en nombre de la literatura.

Dichos textos, que imagino de edición de bajo costo, hoy no existen o tal vez hay alguno rescatado, pero ya como antigüedad, con algunas hojas viejas, restaurables todavía, y que contribuyen a que sean consideradas reliquias del siglo XX, tal como pasa con las infancias de entonces, que distan mucho de las actuales, cuyas distracciones son, en gran parte, solo visuales, sin las saludables pequeñas cicatrices que presumíamos con mucho orgullo y que para la gente de hoy eran diversiones de trogloditas.