¿Hola? Un réquiem para el teléfono
Este último libro de Martín Kohan, que versa sobre el teléfono y la experiencia de hablar por aquel dispositivo, nos enfrenta a la posibilidad de pensar la vida social de los objetos cotidianos y su naturalización. Estamos relacionados con cosas y objetos que tienen su fondo histórico, pero estamos tan absortos en su funcionamiento que no nos preocupamos sobre cómo llegaron a nuestras manos. Además de ello, de tan cotidianos, nos resulta imposible recordar un momento de nuestras vidas en las que aquello no estuviera presente marcando el ritmo de nuestras acciones.

Si recorremos nuestra habitación o la casa que habitamos reconoceremos cosas a las cuales les damos un valor. A veces, ese valor está teñido por su costo, en otras ocasiones, por su uso y la emoción impresa en él a causa del recuerdo que nos detona el momento mismo en que lo adquirimos o nos fue regalado o, como en el caso, del teléfono fijo, las noticias que recibimos a través de él; o aquellas decisiones que tomamos mientras discábamos el número. No se trata de un momento efímero, en su mayoría son instantes que configuran nuestra identidad y la memoria de los días que vendrán porque cuando nos relacionamos con objetos se activa nuestra memoria sensorial y emocional.
Todo esto no hubiera sido posible si Kohan no hubiera restado naturalidad al teléfono y su desaparición de la vida social. Es probable que de eso trate ser un intelectual o un escritor hoy en día. Ser alguien que desmonta el sentido común para preguntarse sobre aquellas cosas a las que nadie presta atención y, ante todo, para cuestionar el sentido del rumbo histórico y sus consecuencias en las interacciones sociales. Y no solo son las interacciones que configuran el espacio público o la deliberación, sino los espacios de intimidad y de reconocimiento de nuestra propia identidad. El teléfono como factor clave en la construcción del silencio al momento de escuchar y también como motor de fabulaciones sobre lo que está haciendo la persona del otro lado de la línea mientras escucha nuestras palabras.
El teléfono, así como un canal de comunicación, pero también como un puente entre un espacio privado y el otro. La privacidad a la hora de hablar por teléfono era algo que no se podía negociar y, sin embargo, con la presencia de los teléfonos inteligentes, aquello parece cosa del pasado y el pacto entre dos personas que desean hablar a solas se rompe. Porque al hablar por la calle, hay un montón de interferencia acústica, sin contar, por supuesto, con aquellas personas que se encuentran al acecho de nuestra conversación como acto de curiosidad, entrometiéndose en nuestro espacio privado.
El teléfono como artefacto era una muestra de escala social y una señal de que la casa estaba habitada también por accesorios que debían hacer la vida más fácil, por tanto, no hay que olvidar que el teléfono, al igual que el televisor, reclamaba para sí un espacio propio y particular. Una mesita, un mantel, un tapete, quizá un florero junto a él, o un retrato o marco con alguna fotografía familiar; una libreta de notas, un bolígrafo. Y abajo, o cerca, la guía telefónica. El teléfono no estaba solo, necesitaba estas compañías para que su significado no solo sea utilitario, sino social y afectivo.
Por ello, quizá el libro de Kohan, se convierte en un espacio de reflexión y exploración teórica y emocional en el que dialogan Walter Benjamín y Roland Barthes, pero sobre todo creo que es un canal de comunicación entre el pasado y el presente para prefigurar el futuro de la comunicación interpersonal. No es tan el rastreo de la mitología del teléfono en nuestra vida cotidiana como su recuerdo en la práctica. Los momentos en los que el teléfono habilitaba una serie de oportunidades para conectar con otra persona y también para saber que las distancias geográficas o emocionales podían ser tratadas desde otro lugar por medio de un diálogo distendido, amigable y emocional que era procurado por el hecho concreto de que no se miraba a la otra persona a los ojos al hablar. Y a diferencia de lo que ocurre en una conversación, donde de por medio hay una taza de café y dos personas que se sientan a hablar, no estaba mal visto que no se vieran a los ojos porque no existía cercanía física, pero sí emocional. La voz sigue siendo el vehículo más potente para expresar un sentimiento o secreto.
En ese sentido, este ¿Hola? Un réquiem para el teléfono (publicado por Ediciones Godot en 2022), también funciona como un manual para interrogar y desnaturalizar aquello que no es cotidiano. No solo cuando los usamos como bienes de consumo e intercambio las cosas tienen valor. También les dotamos de valor porque cuando los revisamos con una mirada de extrañamiento resulta que no es tan sencilla nuestra relación con aquellos objetos que, como el teléfono, el televisor, los relojes, las máquinas de costura o las máquinas de escribir, formaron parte de nuestra vida, pero también de nuestro imaginario.
Kohan encuentra, a partir de sus reflexiones sobre el teléfono, una manera de encarar la transformación del presente en relación al pasado, no para decir que todo lo sólido se desvanece en el aire, sino para demostrar que las cosas se transforman y para hacerlo y adaptarse, algo dejan en el camino. Ese algo que se deja, no responde simplemente a su cualidad técnica y tecnológica, más o menos precaria a los ojos de hoy, sino que también se abandonan relaciones sociales construidas específicamente alrededor del uso del teléfono.
La memoria sobre los números telefónicos, su sonido, la operadora, los servicios que ofrecía, la interferencia, las largas distancias y sus costos; la escucha de la otra persona y el sentido público de las conversaciones como espacios que despertaban pudor y ahora resultan normales.
Son todos ellos algunos de los factores que este libro trabaja y reconstruye desde la mirada de alguien que está preocupado por lo que significa para la vida social, el cambio que figura la aparición de los teléfonos inteligentes frente a un objeto como el teléfono que interroga sobre la identidad y la subjetividad con que se llena una actividad que se realiza cada vez menos. Así, llamar por teléfono queda suspendido bajo la presencia de los mensajes de texto y audio, dejando de lado la interacción concreta entre dos personas en tiempo real.
Finalmente, este libro nos demuestra una vez más que Kohan piensa la realidad desde distintos espacios y lugares. Entregándonos desde cada uno de ellos, ya sea el ensayo o la narrativa, muestras de un mundo que se relaciona emocional, política y culturalmente con la historia, con la materialidad de los recuerdos y con los objetos sociales y tecnológicos que han configurado el modo en que nos representamos ante los demás.
Quizá por ello, leer este libro sea un modo de aproximarse a un ejercicio reflexivo de la memoria social que implica también repensar nuestro lugar dentro de un contexto en transformación en los que actuamos, a veces, sin darnos cuenta de por qué hacemos las cosas. Kohan, en ese sentido estará ahí, sin embargo, para detener el andar y preguntar: ¿por qué sucede esto que antes era imposible de pensar?