Llámame Lito

Alan Santos nos cuenta de una vida entregada al fútbol, la del exjugador Leonel Alfredo Reyes Saravia, quien jamás dejó la cancha a pesar de haberse retirado y hoy en día entrena a los jóvenes, compartiéndoles toda esa experiencia que adquirió tras años de victorias y derrotas.
Editado por : Juan Pablo Gutiérrez

Como un viejo gladiador romano que adivina que su próximo combate a muerte será el último, Leonel sabe que sus días de gloria han pasado y que puede retirarse del campo sobre los hombros de sus compañeros y las ruinas del enemigo, o con la marca indeleble del olvido. Leonel Alfredo Reyes Saravia también sabe que está a noventa minutos de terminar su carrera como futbolista profesional. 

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Leonel Reyes jugó en la selección, como los héroes que admiraba. / Fotografía: La Razón

Su mirada está forjada por la severidad de las canchas de tierra del altiplano boliviano, igual que su respetado y temido temperamento dentro de la cancha. Un collar parecido al que usaba cuando recibió la medalla del subcampeonato mundial de fútsal el año 2000 cuelga de su cuello, una especie de tótem. Está vestido de negro y amarillo, quizás se siente algo incómodo. Quizás desearía estar vestido de celeste. Quizás se siente como un actor que sabe que le ha tocado interpretar un papel que no deseaba.

Las 33.000 butacas del estadio Jesús Bermúdez en Oruro están ocupadas. El público del espectáculo en el circo romano de turno va a disparar insultos de todo calibre. Leonel Alfredo Reyes Saravia mantiene la mirada serena, como un lince que espera paciente antes de tomar por sorpresa a su presa. 

–No soy de las personas que ven hacía el futuro, me gusta ver el presente.

Aunque Leonel todavía no lo percibe, el futuro ha llegado, se presenta en forma de balón frente a él. El futuro deja flotando en el aire los recuerdos de sus primeras chuteras; de los rostros de sus padres; de su debut profesional tardío; de los campeonatos intercolegiales; del profesor Abdul Aramayo y de tantas otras escenas que lo han llevado al lugar donde ahora se encuentra. 

Espera el momento preciso y se desliza por detrás, el oponente se eleva y cae de forma pesada. El entrenador le recrimina con firmeza y lo echa del entrenamiento. Quizás su joven compañero no sabía que él no tolera los caños ni las entradas fuertes.

Está al borde de la cancha, detrás de la línea blanca que divide el campo de la pista atlética del estadio Hernando Siles de La Paz. Ya no es un niño y le faltan algunos años para ser hombre. Recoge la pelota con prisa y la lanza a las manos de un hombre vestido de verde. Sueña con ser uno de ellos. Es 1993 y se disputa un partido de las eliminatorias para la Copa Mundial de Fútbol de la FIFA en Estados Unidos. Las quimeras, medusas, cancerberos y otros monstruos que parecían invencibles caen ante el asombro de un país que ve a su selección de fútbol clasificar por primera vez a un mundial.

Corre detrás del balón. En la cancha, hay niños talentosos que parecen brillar más que él. No es el jugador más hábil, ni el más rápido, ni el que tiene las mejores condiciones técnicas –aún no lo sabe–. Corre y traga polvo en el camino. El kilómetro extra que corre en cada partido lo lleva a conocer villas cercanas. Leonel Alfredo Reyes Saravia comienza a hacerse notar. No es el niño más talentoso, pero cómo corre. 

Falta poco, los equipos están a punto de ingresar. Está de mal humor, es parte de su oficio. Su trabajo como volante de marca consiste en repartir afiladas caricias para recuperar balones. Es el puente entre la defensa y el ataque de su equipo. 

***

Leonel avanza detrás de sus compañeros, viste las medias negras debajo de las rodillas; ya no necesita la venda que le impidió jugar durante largo tiempo. Avanza con un trote ligero y tiene la mirada en el césped que está delante. El equipo rival ya ha tomado posición y él no parece sentirse intimidado. Acelera el paso y uno de sus botines toca el campo donde se jugará el partido entre San José de Oruro y The Strongest de La Paz por el Torneo Clausura de la Liga Profesional Boliviana de 2012. Ambos equipos tienen la posibilidad de coronarse campeones, también Oriente Petrolero de Santa Cruz, que a la misma hora está listo para enfrentar a Nacional Potosí en el estadio Víctor Agustín Ugarte. 

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Lito y su padre Ángel Reyes entrenan a las nuevas generaciones de jugadores en el Club Atlantes. / Fotografía: Club Atlantes

Acelera el paso. Su cuerpo está algo inclinado hacia adelante. Los puños cerrados –hay un rosario tatuado en uno de ellos– y la cabeza aún dirigida hacia abajo. Baja el brazo hasta sentir el césped con los dedos –hay un escorpión tatuado en el dedo corazón–, lo levanta y se persigna. Está en la mitad del campo. Se acomoda para la foto que recordará con orgullo por mucho tiempo. A su izquierda: Nelvin Solíz; a su derecha: Daniel Vaca, compañero suyo en la selección boliviana de fútbol; detrás: el defensor argentino Matías Alberto Marchesini. 

Hoy no aparece en primer plano, muy pocas veces lo ha estado. Su presencia es parecida a la de una antigua moneda de plata. Su brillo sigue ahí, debajo de sus ojeras y  de los primeros claros en su cabellera.

***

Llueve, las gotas son menudas y penetrantes. El lugar no está ni muy cerca ni muy lejos del centro de La Paz. El estadio Libertador Simón Bolívar –propiedad del Club Bolívar– está unos metros arriba, sobre la avenida Landaeta. Hacia abajo, sobre la calle México, está el coliseo cerrado Julio Boreli Viterito, allí se jugó la final del Campeonato Mundial de Fútsal de la FIFUSA el año 2000.

La calle está vacía, el sonido de la lluvia que cae lo cubre todo, excepto el eco que dejan los gritos de una voz exaltada que sale de dentro de la cancha Kilómetro Siete. El edificio donde está es de ladrillo y no tiene obra fina, igual que más de una construcción alrededor. Las paredes están cubiertas de grafitis ininteligibles. Un perro se protege de la lluvia en el parque que está al frente, parece sentirse tranquilo.

La voz exaltada es de Ángel Reyes, el padre de Leonel. Agita las manos y sigue de cerca las jugadas en un partido que unos niños juegan. Son más de las cuatro y el final del entrenamiento de la escuela de fútbol de salón del Club Atlantes está cerca. El balón va de izquierda a derecha y Ángel Reyes parece tener la facultad de predecir las siguientes jugadas. Leonel está al frente de los padres de esos niños, explica que deben firmar un compromiso para poder participar del próximo campeonato. Repite más de una vez: ¿Me entiende?

Tiene un silbato azul en una de sus manos, de un color parecido al de sus dos tatuajes visibles. Su voz es firme, como la de un suboficial maestre retirado que, aunque no tuvo el grado de mayor jerarquía en el ejército, sabe cómo imponer autoridad. 

–Gracias por su tiempo, profesor Leonel.

–Llámame Lito.

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