Un chisme más de Shakira. Un diálogo que Sócrates y Mr. Peanutbutter nunca tuvieron
Nunca debí haber aceptado reproducir desde mi celular la sesión musical número 53 de BZRP con Shakira. Después, el algoritmo comenzó a sumergirme en una profunda espiral de sugerencias que, en mis posteriores noches de insomnio, me empujaron a un encerado resbalín con forma de canal auditivo y terminado en un caracol de cartílago.

De tres minutos en tres minutos, aparentemente irrelevantes, tengo miedo de pensar en cuánta vida perdí enterándome de chismes faranduleros y, más aún, tengo miedo de confesar que los disfruté.
Para qué negarlo, los humanos somos chismosos por naturaleza. Aquél que lo niegue no hubiese podido sobrevivir en las cavernas o, peor, su ADN no hubiese trascendido hasta ahora; los homo sapiens que tuvieron éxito fueron aquellos que sabían lo que otros homo sapiens hacían en otras cavernas, para saberlo necesitaron cooperar y, claro, chismear.
La información siempre ha sido poder: poder conseguir recursos, poder hacer alianzas, poder evitar peligros, poder preservar la existencia y transmitir los genes a una siguiente generación, más chismosa, y así sucesivamente, hasta crear sofisticadas tecnologías que cambian de lengua al recorrer el mundo en minutos.
Lo bueno: dicen que al chismear se reafirman lazos sociales de forma más interesante que solo despiojarse; y dicen también, que se activa el mecanismo cerebral de recompensa.
Lo malo: que si Cleopatra se envenenó, que si Colón era el mejor navegante, que si María Antonieta era fiestera, que si los ingleses incendiaron el mar para quemar nazis, que si la planta de Senkata iba a explotar... es decir, el uso político de los chismes.
Lo feo: no me lo dijo un pajarito, sino un estudio, que en vano se acusó a mujeres y pobres de ser los más chismosos, si sus antónimos (a veces, antagónicos) resultaron son peores.
De vuelta al tema: Shakira, chismes, insomnio, noches que duran como días enteros y los días aletargados que les suceden, días en los que no puedo dejar de pensar en la sesión musical N° 53. La escucho en todo lado, como la banda sonora de esta parte, esta desdibujada parte, de mi vida, llamada somnolencia.
Mi familia me acusa de decir o hacer cosas que me parecen recuerdos mal implantados, confusos. Pero eso sí, la vida de Shakira la tengo clarísima. Mientras mi cuerpo se mueve haciendo las cosas que se supone que debo hacer, mi mente deambula entre la vigilia y el sueño, donde cada día me aparece una semi ficción como la que estaba viviendo.
Solo para dar contexto, supongamos que me veo en la mansión dibujada sobre una cima de la colina de uno de mis shows favoritos. Al fondo se lee Holliwoo, pues en el sexto capítulo BoJack Horseman robó la última D del letrero. Y supongamos también que ahí su amigo, el demasiado simpático Mr. Peanutbutter, realiza un reality show que, como era de esperarse, termina en una descontrolada fiesta.
Digamos que, apenas comienza la canción de Shakira con Bizarrap, los participantes se dividen en dos grupos: los que cantan y los que abuchean. Ambos tienen algo en común, además de pretender la razón absoluta, creen tener el juicio de valor correcto. Todos, excepto Mr. Peanutbutter quien, como todo buen perro antropomórfico, siempre quiere complacer a todos. Por eso pasa de bando en bando, apoyando a cada uno, hasta que las cámaras lo ponen en evidencia, entonces aprovecha la llegada del último invitado para ir a saludarlo.
—Hola, Sócrates —dice Mr Peanutbutter y le ofrece una cerveza de sus auspiciadores—. Disculpa la música, Shakira ya no hace esas canciones tan buenas como en sus inicios, yo la escuchaba desde las primeras fiestas a las que fui.
Sócrates mira alrededor mientras bebe un largo sorbo. Es el más viejo de la fiesta, pero eso no le incomoda. Sócrates está acostumbrado a que los jóvenes lo sigan en las calles desde sus días en la antigua Grecia; ahora lo siguen en sus redes sociales y son millones en todo el mundo.
—Querido Mr. Peanutbutter, seguro siempre fuiste el alma de la fiesta.
—Para nada, antes de mi éxito como actor, me invitaban solo a las fiestas familiares. Después de salir en la tele mi vida no volvió a ser la misma.
—Entonces, ¿quieres decir que cambiaste mucho?
—Ni yo mismo me reconocería.
—Quizá a Shakira le pasó lo mismo y ya no quiere hacer la música de hace treinta años.
—Pero cambió para mal, solo por mantenerse a la moda.
Se produce un silencio incómodo, Mr. Peanutbutter resiste el impulso de atrapar la pelota de la piscina. Le habían dicho que Sócrates era un sabio de la vieja escuela, aunque no lo cree. “Pregunta cosas en lugar de dar respuestas”, piensa.
—Me había olvidado felicitarte por el éxito de tu último programa. Además, un programa en el que no tienes que actuar debe ser el sueño de cualquier actor, ¿o no?
—Gracias, pero ser uno mismo es más difícil —Mr. Peanutbutter se rasca la oreja— peor cuando sabes que estás siendo observado, es como si el show nunca terminase para mí.
—¿Y por qué lo haces?
—El mundo del entretenimiento cambia muy rápido y uno debe adaptarse.

—¿Para estar a la moda? —Sócrates sonríe.
Mr. Peanutbutter continúa cuando se asegura que la cámara lo filma en su mejor ángulo.
—Por lo menos yo nunca saqué los trapitos al sol de mis cuatro exesposas. En cambio, el último rumor dice que Shakira...
—... antes dime, ¿estás absolutamente seguro de que lo que vas a decir es cierto?
—En realidad, no.
—¿Es algo bueno lo que vas a decir?
—Tampoco. Pero...
—...pero, ¿es necesario para mí lo que vas a decir?
Mr. Peanuttbutter se encoge de hombros y bebe su cerveza para pensar qué responder.
No sé si el café o la hoja de coca hacen efecto en mí, pero al divagar en este diálogo que Sócrates y Mr. Peanutbutter nunca tuvieron, siento que la vigilia acaba de vencer al sueño. Corto la reproducción automática de videos y parece que acabase de recuperar mi vida. Mía, aunque carezca de la espectacularidad de las vidas famosas.
Antes decía que ya sabemos que los humanos somos chismosos por naturaleza. Por eso las biografías, perfiles, documentales, crónicas, contenido farandulero y policial (mejor si estos dos últimos contenidos se juntan) y una larga lista de intimidad capitalizada que desplaza a la ficción, que imita a lo real. Ahora, la realidad imita a la ficción con la promesa de que cualquiera puede ser famoso, pero, ¿a qué costo?
Antes las estrellas gravitaban un universo inimaginable. Ahora son simples mortales. Preferiría jamás haber visto a Ozzy Osborne recogiendo las heces de sus perritos falderos en el reality show familiar The Osbournes (2002-2005), donde el príncipe de las tinieblas se convirtió en el rey del circo. En ese contenedor de basura Ozzy también depositó la imagen que tenía de él. Sin embargo, aunque a partir de ese evento intentase separar al artista de su obra, la sociedad del espectáculo me la pone cada vez más difícil.
¿La canción de Shakira con BZRP sería tan exitosa sin los chismes de su separación?
Dime de quién hablas y le contaré a alguien más como eres. Aunque con los chismes se conoce los juicios de valor de las personas, yo no quiero saber si Shakira desayuna mermelada, si Santiago Caruso es de River o si Mariana Enríquez colecciona gatos. Prefiero imaginarme a Marilyn Manson haciendo cosas de Marilyn Manson todo el tiempo. Y punto.
Al final del día, me quedo con los chismes familiares. Disfruto saber cómo mi hijo casi mayor de edad está a punto de conseguir su independencia financiera, cómo mi hermana pronto será la primera profesional de la familia viva, cómo mi sobrino me cuenta de qué va Felipe Delgado, cómo mi otra hermana por fin va a perseguir su sueño musical y cómo mi madre ultraconservadora acepta que la oveja negra haya contaminado a su rebaño con ideas que antes no se podían convertir en palabras.
Mi familia es todo, menos aburrida, ¿para qué ver a otras? Personificamos los tres puntos de la cita de Eleonor Roosvelt que dice algo como que las mentes grandes hablan de conceptos, las medianas de eventos y las pequeñas de los demás. Y eso que nuestro “hablar de los demás” ni siquiera cumple los requerimientos de que la persona no esté presente, porque ver su reacción es lo mejor. Menos aún cumple el requerimiento de novedad; su gracia radica en saber escoger los chismes oportunos y contarlos cada vez con nuevos detalles hasta crear obras privadas de semi ficción que se autorreferencian hasta el infinito.
En este momento, en el que de nuevo mis pensamientos me pertenecen, considero conveniente, para cerrar este intento de trama, forzar a Mr. Peanuttbutter para hacer que responda la pregunta de Sócrates “¿es necesario para mí lo que vas a decir?” con una adaptación de su mejor diálogo.
—Si solo supieras las cosas necesarias, tu vida sería muy aburrida, por lo tanto, infeliz. Y la clave para ser feliz no es la búsqueda de significado, es solamente mantenerte ocupado con un sinsentido sin importancia y eventualmente estarás muerto.
Sócrates no lo refutaría. Pensaría que su trascendencia por milenios se debió en gran parte a los chismes de Platón, y que su búsqueda de la virtud quizá solo lo mantenía ocupado con un sinsentido al igual que la persona que escribe estas palabras y la que las lee. Y así será hasta que el siguiente chisme mediático destrone al de Shakira y el mundo gire en otro eje y, eventualmente, todos estemos muertos.
Pero, si vivimos nuestras anónimas vidas de verdad, es decir, sin cuidarnos del famoso “qué dirán”, algunos de nuestros chismes quizá nos trasciendan hasta que alguien pronuncie por última vez nuestros nombres.
Pero, hasta que me toque “el sueño eterno”, solo me conformo con poder dormir hoy.
Buenas noches.