Reivindicación del k’oncho
Entre los temas pendientes de estudio que nos deja este año 2022, está el relacionado con la palabra k’oncho. Sí. Resulta que uno tiene que meterse en la política, o que la política se meta con uno, porque al Gobernador de Santa Cruz, bien o mal que nos pese, se le ocurrió utilizar la palabra k’oncho y todos se pusieron a revolverlo. Según los analistas, el k’oncho es un “resto”, un “desperdicio” sin importancia. Vaya uno a saber cómo y con qué intenciones lo dijo el Gobernador. Yo no lo escuché. Seguro pronunció “concho” y no como yo lo escribo. Pero lo dijo, y todo el mundo de la prensa se puso a comentar el asunto, igual que el del gato perdido, y a buscar qué siempre significaba esa palabrita.

Yo voy a dar mi versión. No recurriendo a todos los tribunales y tratados que descansan en mis estantes, sino a mi memoria larga y corta, con perdón de los antropólogos y los lingüistas.
K’oncho —tal cual lo pronunciaría yo— es un término quechua que se fue afincando en el oriente boliviano. En Santa Cruz hay más palabras quechuas, y a un tiempo aymaras, de las que uno supone. Basta el nombre del aeropuerto de Viri-Viru, que viene de wira-wira, buena para la tos y los resfríos. En los valles cruceños se pronuncia vira-vira, y así lo escuché y aprendí desde la leche de mi madre. De ahí a Viru-Viru no hay más que un paso. Ahora sí, volvamos al k’oncho, ¿de cómo llegó a Santa Cruz? Ya quisiera yo imaginar que vino por la provincia cruceña de Vallegrande, pues ahí sí hay muchísimas palabras quechuas en el lenguaje popular.
Como todo curioso, me pongo a consultar, primero el Diccionario de bolivianismos de don Nicolás Fernández Naranjo:
Concho: m. Borra, residuo de cualquier líquido. (Aym.: qoncho).
¿Ya ve?, según él, es aymara, pero también quechua, como luego veremos.
He aquí que busco la misma palabrita en El habla popular de la provincia de Vallegrande, de mi paisano don Hernando Sanabria Fernández, pero no la encuentro. No me desanimo, la busco en El habla popular de Santa Cruz del mismo autor y aquí está:
CONCHO: Quech. Khonchu. Hez que por precipitación se deposita en el fondo de un recipiente.
Muy fino, ¿eh? Los idiomas no son separatistas ni racistas. Ya tenemos dos palabras castizas para k’oncho: hez y borra.
Bueno, y no se me ocurre dónde más buscar. Porque de lo que yo tengo memoria, es del k’oncho del café y la borra es de la chicha. Y se pierde su casticismo español. Busco, busco. Don Hernando me ayuda otra vez, y dice así:
BORRA: Por antonomasia, la borra de la chicha que se precipita en el fondo de los recipientes. Se la usa, o se la usaba hasta no hace mucho, para preparar la levadura del pan.
Con lo que ya entramos a la historia de estas tierras y a las humanas ciencias del mundo.

Estoy ante un pozo de agua. El agua puede estar clara o turbia. Si clara, tal vez nadie la ha tocado; si turbia es que han venido las vacas a tomar y la han batido con sus patas. El pozo de agua está k’oncho. K’oncho es vida, es movimiento. La pureza no existe. Pero por aquí yo me pierdo y mejor vuelvo al del café.
Este último sí me da más que hablar, por cuestiones sentimentales. Los demás casi no existen para mí. Es que yo recuerdo cuando, dentro de mi familia, chicos y grandes tomábamos café, acompañado de roscas, de pan, o de p’iri —bien batido, caliente y con harto queso. Mi papá tomaba el café, y no otra cosa, en un vaso de nombre guayacán, pues era de palo del mismo árbol, asegurado con cintas de plata y asa del mismo metal. La preparación era simple. Se echaba a la olla hirviendo unas cucharadas de café, se lo batía y a servir en los vasos de cada uno. Y bien me acuerdo que él tomaba hasta la hez, es decir, hasta el k’oncho. Ese último trago del café era para masticarlo, como quien dice para el hambre y la sed. Yo no podía imitar a mi padre, pues el k’oncho me parecía un poco áspero y amargo.
Con esa sabiduría y gusto de mi boca, yo caminaba por las pampas y los callejones, acompañado de mi madre o de mi padre —o de alguna de mis hermanas… (He dejado esta última anécdota para el final, o sea para el k’oncho de mi artículo. Ahora sigo). Apenas comenzábamos a caminar nos encontrábamos con cualquier vecino o vecina de Huasacañada. Los grandes se saludaban y me miraban con sus ojos de picardía:
—¿Y estito quién es? —muy bien sabían quién era yo, y le completaban—: ¡Ah! ¿Él es el k’oncho?
—Sí, el k’oncho —sonreían mis mayores, y yo me sentía especial, único y diferente a todos mis hermanos.
Yo era el k’oncho. ¿Por qué?, pues porque era el último de los diez hijos que tuvieron mis padres. No era el mayor ni el del medio, sino… el menor de todos. Yo soy el k’oncho. (Alabate p’ire, que no hay quien te mire).
Y por eso, con solvencia, puedo decir que k’oncho es y será para mí la palabra que me nombra y me contiene. Único y diferente —los demás significados me resbalan. Entonces, en los callejones, en la pampa, donde hubiera ocurrido el encuentro y el saludo de la gente, yo sentía el olor, el aroma del café de las mañanas. Y me sentía el especial de la familia. ¡Y qué cosas!, no me dejarán mentir mis contemporáneos. En esos tiempos, el único café que existía y llegaba a nuestra provincia y cada hogar venía de Santa Cruz: el café “La Familia”.
Podrán decir todo lo que quieran los que manejan sus cámaras ajenas y utilizan sus celulares. El Gobernador pasará al panteón del olvido —y yo también. Pero permanecerá el k’oncho grabado en las piedras dulces y amargas del recuerdo —como todo k’oncho que se respete.
La Paz, últimos días del 2022
(Pero, según Unamuno, toda fecha es una superstición).