Es Antagónica, pero se llama Yannis

¿Crees que los astros pueden alinearse para bendecir tu destino? Antes de responder, tienes que conocer la historia de Antagónica Furry, una chica sencilla e impaciente que se transformó en la principal collagista del país.

Esta historia bien podría empezar en 2018 o 2019, cuando Claudio Ferrufino-Coqueugniot me escribe diciendo que una artista hará la portada del próximo libro que le íbamos a publicar en la editorial 3600. “Es Antagónica Furry, ¿la conoces?”, pregunta entusiasta. Yo admito mi ignorancia, no sé de arte, menos de artistas. Claudio asegura que Antagónica es brillante, que su obra es espectacular y no se ahorra elogios. Si Claudio lo dice, le creo, pero, obviamente, le digo que mande la “ilustración” para ver si funciona. Y funcionó. Un collage precioso, varios en realidad, de los que elegimos dos, uno para Ecléctica y otro para El oro de las estrellas extinguidas. Ahí la conocí. En realidad, solo hablé con ella y le pregunté algo obvio e ingenuo: “¿No te llamas Antagónica, cierto?”. “No, me llamo Yannet, pero me dicen Yannis”, respondió, y así la registré en el celu.

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Imagen: cortesía de Antagónica Furry.

Otro posible inicio de esta historia se remonta a la década de los 80, hasta Barranquilla, donde un joven Leónidas Castillo, estudiante, buen lector, poeta en ciernes, decide viajar de mochilero por Sudamérica y pasa unos cuantos días en La Paz —en esos días que transitábamos hacia la mayor hiperinflación de la historia mundial—. Leónidas no sospechaba que Bolivia estaba a punto de irse por el despeñadero y que volvería a tener relación con este país renacido muchos años después, tras conocer a una joven artista paceña que le ilustraría un libro de literatura infantil: Antagónica, por su puesto, que en ese momento todavía no era conocida, o no tanto como ahora.

Luego de publicar los dos libros de Claudio, llamé a Yannis para entregarle un par de ejemplares. Nos encontramos en un cafecito cerca de la plaza España. Me sorprendió gratamente, pues era una chica de lo más normal, distinta a la femme fatale que es Antagónica Furry, la que desborda erotismo en algunas publicaciones de Facebook. Comprendí inmediatamente que Antagónica era un personaje, muy bien logrado, por cierto, y que Yannis era una genia del marketing. Esa vez no hablamos mucho, apenas media hora y se fue. Luego tuvimos algunos contactos por WhatsApp, pero nada más. Me esquivó la entrevista durante años. “Es que no me gusta mucho mostrar mi vida privada, mi intimidad”, me confesaría después, en la salita de su casa, que parece una instalación de museo: todo en su sitio, extremado buen gusto, obras de arte en las paredes, trabajos recién terminados en la alfombra, un pequeño estante repleto de libros, una máquina de escribir antigua por ahí, la cabeza de una muñeca por allá, unos extraños lentes encima de una mesita… en fin, similar a una escenografía de película.

Ella no reside permanentemente en La Paz, va y viene de Sucre, donde está uno de sus talleres, y también pasa largas temporadas en Francia, donde tiene otro. Pues aproveché su reciente estadía en La Paz para robarle unas horas, literalmente, porque, y es algo que cabe destacar, Yannis valora mucho su tiempo. Ya me lo había advertido: “Soy muy obsesiva con la puntualidad, por favor”, y como yo comparto esa obsesión, en la primera visita a su casa no hubo problemas; llegué minutos antes de lo acordado (que, pensándolo bien, es una forma de impuntualidad) y con unas empanadas para el tecito (no sabía si me iba a quedar, pero por si acaso las compré, ya que unos días antes ella había publicado en su Facebook un post sobre un amigo que no tuvo la delicadeza de llevar algo para comer cuando la visitó).

El motivo de la visita era la entrega de los últimos libros de Claudio, cuyas portadas fueron diseñadas por ella (de hecho, Antagónica ha diseñado portadas para sus últimos cinco libros). Me enteré ahí de que iba a quedarse todavía un tiempito en La Paz y aproveché para pactar la entrevista, que fue unos días después. Por algún extraño motivo, yo juraba que habíamos quedado a las 14:30, de todas formas llegué 40 minutos antes, porque quería hacer unas compras (la casa de Yannis queda por la Garita de Lima). De repente, me llega un mensaje: “Willy, ya es muy tarde, ¿podrás subir?”. Me fijo el reloj y recién son las 14:05. Entonces comprendo que la cita era para las 14:00; respondo y aviso que estoy a dos cuadras, que confundí la hora, pero estoy muy cerca. “Es que ya es hipertarde”, replica ella. Apenas cinco minutos… Claro, ella valora mucho su tiempo. Su tiempo presente.

Cuando habla del pasado no hay precisión en fechas o años, es como si lo pasado estuviese en un mismo punto, sin mayores referencias que “antes” o “después”. Así, por ejemplo, me cuenta que el boom de Antagónica comenzó en un evento mundial de collage, en Francia, en el que participó gracias a que un buen amigo la inscribió y le prestó el dinero para los pasajes. “Qué año fue eso”, le pregunto. “Hace unos siete o seis años”, responde, sin darle importancia al dato. Y quizá no es importante cuándo pasó, sino qué pasó: Yannis viajó con las justas, participó del evento y llevó algunos trabajos pequeños a una tienda que ayudaba a artistas emergentes a comercializar sus obras. “Yo tenía que ponerle un precio, pero eso solo lo sabía la tienda, porque allí el cliente pone el precio de compra. De modo que si el cliente ofrecía un valor menor al que yo había sugerido, la tienda le pedía que mejorase algo su oferta; y si el cliente ofrecía un valor mayor, ¡maravilla!”. Poco tiempo después, recibiría la llamada de la tienda, ¡habían vendido sus dos trabajos en 5.000 euros cada uno!

“Yo seguía trabajando en una tienda de artesanías, al lado del museo San Francisco”, cuenta Yannis, quien no pensaba cambiar de vida por ese éxito repentino. “Iba a guardar el dinero para un anticrético, pero necesitaba seguir trabajando”. Es que ella siempre fue trabajadora, tuvo muchos oficios, desde empleada doméstica, pasando por mesera y procuradora, hasta personal de limpieza urbana. Pero, en su tiempo libre, daba rienda suelta a su talento, y así comenzó a explorar distintos estilos de arte. “Yo iba al colegio Don Bosco y recogía los materiales que el portero desechaba, cartulinas y cosas así. Con eso empecé”, cuenta.

Se podría pensar que esta artista consumada siempre estuvo pegada a los pinceles o a las tijeras, pero no. “En colegio no hacía arte, no tenía talento, le pagaba a una amiga para que hiciera mis trabajos de artes plásticas. Mi talento ha debido estar ahí, pero muy, muy dormido”, dice entre risas. De hecho, su acercamiento al arte fue literario, empezó escribiendo. “Era muy tímida y me excluía; no me excluían, yo me aislaba y escribía, aunque en ese entonces no sabía que era poesía”. Y escribió mucha poesía, pero vendió los originales y ahora está en una campaña para recuperarlos. “Es que quisiera juntarlos y hacer un libro con ellos”, dice, pues el plan es publicar, de manera formal, un libro con lo mejor de esos siete poemarios manuscritos, por el momento dispersos y extraviados. Eso sí, hace unos años publicó la segunda edición de Bypass en pasadizo, poemario donde se incluye el prólogo escrito por su padre.

Y ya casi llegamos al meollo de esto. Luego del mundial de collage, Yannis se contactó con el poeta barranquillero Leo Castillo para ilustrar el libro de cuentos que él había escrito. Se habían conocido por Facebook hacía unos meses, y entre charla y charla, surgió la oportunidad de trabajar juntos en ese proyecto. Lo hicieron a distancia, online, y en una de las reuniones finales, mientras estaban charlando, la mamá de Yannis entró a barrer la sala y vio el monitor. “Leo… ¿eres tú?”, exclamó sorprendida. Leo dijo que sí, pero no entendía qué pasaba. Doña Lourdes le explicó: “Tú viniste a Bolivia hace años y nos conocimos en la tienda de artesanías…”. Pues sí, Leo recordó a Lourdes, esa muchacha paceña que trabajaba en una tienda de artesanías. E intercambiaron saludos, frases sobre la asombrosa casualidad, y Leo le preguntó “¿qué fue de tu vida?”, y Lourdes respondió —como quien cuenta que ayer fue al cine—, “pues nada, tuve una hija, que también es tuya, te la presento…”. (Si esto fuera la revista Condorito, en este punto debería aparecer un vistoso y sonoro ¡Plop!). Leo y Yannis se enteraron así de que eran padre e hija.

“Para mí todo encajó, entendí muchas cosas al saber que Leo era mi padre”, dice Yannis. Es que el señor que le dio su apellido, a quien ella consideraba su padre biológico, fue un hombre violento además de ausente. Luego vino su padrastro, don Franz Calle, que la cuidó y apoyó en sus estudios “formales”, es decir, en aquello que su familia entera consideraba “productivo”, pues no creían que ella pudiera vivir del arte. “Mi mamá me decía que fuera a buscar trabajo, que no esté perdiendo mi tiempo con sonseras”, recuerda Yannis, sin tono de rencor. De modo que su vocación artística era un misterio hasta que descubrió quién era su padre.

Leónidas Castillo es uno de los poetas más importantes de Barranquilla, un intelectual de peso, que supo tocar fondo y volver a levantarse. En el documental “Ciudad de letras”, Leo cuenta su paso por las drogas, su vida en las calles durante tres años, pero también su absoluto apego a la palabra poética, que, al final de cuentas, es lo que lo impulsa a un cambio y, sobre todo, lo que le da la posibilidad de conocer a Yannis, su hija.

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“Su obra es la constante construcción del cuerpo, del cuerpo como collage, en un estadio anterior a la imagen especular, cuando el cuerpo es aún órgano…”. / Imagen: cortesía de Antagónica Furry.

Como si los astros se hubieran alineado para bendecir su destino, en cuestión de unos años todo empezó a iluminarse en la vida de Yannis y en la carrera de Antagónica Furry. A la participación en el mundial de collage le siguió la venta de sus obras en Europa; la comenzaron a contactar para que hiciera portadas de libros, conoció a su padre y, en medio, a François. “El señor que había comprado mis dos obras en Francia me contactó, hablamos y nos hicimos amigos. Luego él vino a Bolivia a conocerme, y yo estaba muy agradecida, pues me había ayudado para que mi arte se difundiera entre coleccionistas. Cuando nos encontramos, yo le preparé un guiso de carne y se lo llevé en un táper; él se emocionó por el detalle”, recuerda ella. El caso es que François se fue de Bolivia ya enamorado, pero pasó algún tiempo hasta que se animó a declararle su amor a Yannis y así surgió una linda relación entre ellos.

Yannis y François viajaron a Barranquilla, donde ella pudo por fin ver cara a cara a Leo. “Una locura, realmente ahora entiendo eso de que la sangre llama a la sangre”, me cuenta el poeta, ya que hubo una conexión inmediata entre padre e hija. Yannis recuerda que Leo quiso recuperar momentos que no pudieron compartir: “Me peinó, porque él decía que le habían privado de peinarme de niña; me llevó a tomar helados, al parque…”. “Yo presenté a mi hija a la sociedad barranquillera; ha sido muy especial todo esto”, cuenta Leo orgulloso, pero con cierta tristeza recuerda que no pudo despedirse de la madre de Yannis, hace casi cuarenta años. “Cuando nos conocimos no hubo química entre nosotros, hubo alquimia; salimos y así pasó lo que tenía que pasar, algo muy lindo e intenso, pero yo estaba de viaje, y tenía que seguir camino. Quedamos en encontrarnos para despedirnos, pero ella no llegó y yo tuve que partir”, relata.

En un texto dedicado a su hija, Leo dice: “Quiere que la llame suavemente Yannis, tiernamente, en vez de Yannet, que es nombre sin plumas de codorniz. Las plumas, mejor, el plumón del ave ha sido mancillado en el nido, antes del vuelo inicial y del iniciático: la regresión siquiátrica la devuelve a la rama primigenia, encuentra ab ovo el ultraje en las plumas, mejor, el plumón de la polluela: el estupro torpe de manos de quien menos cabría jamás esperarse. No quiere ese nombre de pila manchado de una paternidad abyecta, no quiere apellidarse Delgadilllo, como quien se sacudiere la mosca infecta de una deshonra innombrable, como quien esquivara el golpe dirigido contra el armazón frágil de su memoria de pájaro, contra su humanidad mohína, su desenvolvimiento retráctil, su miedo contemporáneo arropado de timidez. La llamo hija, la llamo amor. Me llama papi y fabrica con mi imagen el escudo contra el otro nombre, el apellido…”.

Un final feliz, se podría decir, aunque aún no es final, todavía tienen mucho por compartir y conocer uno del otro. Mucho tiempo que recuperar, de ahí quizá la obsesión de Yannis con la puntualidad, con el valor del tiempo presente. Y pienso en eso y creo ya haber ocupado buena parte de su tarde con la entrevista, así que comienzo la retirada, no sin antes hacer algunas fotos por su casa. Cada rincón parece haber sido planificado por un director de arte: el baño es una mini galería, incluso tiene una repisa con venenos bien ordenados. Las gradas que conducen a la puerta del departamento están atiborradas de plantas. En su cuarto destaca el espacio para las mascotas, tres perritas desconfiadas (Piaf, Gala y Mingus) que la acompañan adonde va, y un escritorio en el que escribe cartas, pues ha fundado el primer club de correspondencia manuscrita de Bolivia, y le pone mucho empeño; me muestra las ceras para el lacrado, los sellos, los distintos tipos de papel y sobre, las estampillas artísticas… en fin, toda la utilería con la que agasaja a quienes le escriben siguiendo las reglas del club.

“¿Viste mi colección de cuchillos?”, suelta de repente, y me la enseña. Detrás de la puerta del cuarto, en la pared, hay cuchillos de distintos tamaños y forma, además de algunas tijeras. “¿Por qué tienes esto?”, le pregunto intrigado. “Es que un fan me secuestró y llevó al Perú; desde entonces tengo cuchillos para protección”, me dice tranquila —como quien cuenta que ayer fue al cine—. Obviamente, saco la grabadora y le pido que me cuente la historia. Esa la compartiré luego. Por ahora ya nos contó bastante de su fabulosa vida.

Ah, y claro, lo que todos se preguntan, ¿por qué “Antagónica Furry”? Pues Yannis tenía una cuenta de Facebook que se llamaba “Vida bohemia”, donde compartía poesía, que luego fue baneada. “Yo subí unas fotos con desnudos, vintage, y el algoritmo me censuró”, recuerda. Entonces, abrió otra cuenta y al pensar con qué nombre bautizaría ese espacio, su madre le dijo “Tú siempre eres la mala del cuento, hija…”. “No, mami, la antagonista no es la mala…”, respondió Yannis y ahí surgió la idea: Antagónica. El “apellido” vino por un gusto que tiene ella por el furry fandom, y listo, la combinación bautizó la nueva cuenta y, al mismo tiempo, a la artista.

Las exposiciones, curadurías y demás eventos artísticos son pan de cada día para Yannis. Su obra se estudia y comenta, se comparte y disfruta. Marie Dorval dice que “la obra de Antagónica Furry nos muestra que, desde ya, todo erotismo es demasiado para el cuerpo. No hay cuerpo que explore el erotismo sin consentir a la vez la disolución de las formas convencionales. Pura voluptuosidad, puro exceso (…). Su obra es la constante construcción del cuerpo, del cuerpo como collage, en un estadio anterior a la imagen especular, cuando el cuerpo es aún órgano y se hunde en los cauces primitivos del río y de las plantas, incluso en la roca y lo inorgánico. Antagónica revela y se rebela, es transgresora, es decir, arte genuino, sin fronteras. Sus construcciones visuales gozan sin embargo de la frescura del candor, tienen algo de lúdico, de la alegría en medio del terror, expresan aquello que ya insinuó Bataille: Puede decirse del erotismo que es la aprobación de la vida hasta en la muerte…”.

Ella es Antagónica, la principal collagista del país y una de las más importantes de Latinoamérica, pero se llama Yannis, una joven sencilla a quien le han pasado cosas asombrosas.

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