Otro tesoro de Tiwanaku

Tiahuanaco, famoso destino en Bolivia, no está exento de los efectos del cambio climático. Así se evidencia en esta crónica de la visita de Ericka Noriega a este poblado donde se repiten las sequías, en el aire se siente el humo de varios incendios y la autora tiene que adentrarse para mostrarnos el rostro menos turístico de este símbolo del patrimonio boliviano.

El nombre de un pequeño municipio altiplánico es conocido en el mundo por su asombrosa capital megalítica en ruinas, sin embargo, es poco conocido que su tierra y las manos de su gente obsequiaron a la humanidad uno de los mayores tesoros alimenticios: la papa. Ahora se debe reconocer que Tiahuanaco sigue vivo, sigue produciendo, sigue luchando contra la sequía y volverá a enfrentar una nueva y peor crisis climática para no repetir el éxodo que terminó con su cultura. 

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Ruinas modernas del pueblo de Tiahuanaco. /Archivo

Uno

Hubo una catástrofe climática que obligó a los karis sobrevivientes a abandonar sus tierras, pero no sus costumbres bélicas. Hubo una invasión que provocó el arrepentimiento de los sapallas por el descuido de sus defensas. Hubo un tiempo en el que los sapallas -en su propia tierra- fueron esclavos de sus antiguos vecinos: los karis. 

Los misteriosos designios de los dioses se manifestaron a través de un nuevo cultivo. El cóndor mensajero le explicó a un niño que cuando llegase la época de esta cosecha, los sapallas deberían dejar que los karis se adueñasen de los frutos, como era su costumbre; y cuando esto sucedió, enfermaron por ingerir las toxinas de la planta desconocida. Mientras tanto, a los sapallas solo les había quedado unas extrañas raíces de las que se desprendían tubérculos abultados; estos les devolvieron su fuerza, su fuerza les devolvió el valor, el valor, sus tierras a orillas del Lago Titicaca. 

Cuento la Leyenda de la papa a Lidia y a su hijo Cristian, mientras esperamos al tractor que removerá la tierra en la que al siguiente día sembrarán por primera vez papa, al igual que otras 250 mil familias, que no alcanzan a abastecer el consumo interno. 

Lidia, está interesada en saber si el problema climático que da origen a la leyenda es una sequía como la que está ocurriendo ahora. Cristian está más interesado en el niño y la batalla de la leyenda, que cuenta también algunos daños colaterales de una catástrofe climática: migración, violencia, hambruna. 

Ninguno ha escuchado mencionar el término “crisis climática”, menos que su municipio es una de las zonas de mayor impacto. Pero a diferencia de la leyenda, la actual crisis climática -que se dirige inexorablemente a la catástrofe- no fue acelerada por la naturaleza sino por la actividad humana, tampoco habrá misteriosos designios salvadores porque esta crisis es real y es mundial. 

Sin embargo, no todo el mundo tiene la misma responsabilidad ni la misma afectación. 

Dos

Todos los países industriales son responsables de la crisis climática.
La crisis climática afecta menos a los países industrializados.
Por lo tanto: los países más afectados por la crisis climática son los que menos responsabilidad tienen sobre ella. 

La industria que funciona con base en combustibles fósiles, libera gases llamados de efecto invernadero porque evitan que el calor del sol salga de la tierra a través de la atmósfera; entonces, se acelera el calentamiento global, principal causa de la crisis. 

El 82% de los gases de efecto invernadero provienen del dióxido de carbono. 

Estados Unidos posee el récord histórico de haber generado el 20% de estas emisiones. En la actualidad, China y Rusia también compiten por este puesto, las tres potencias emiten más de la mitad del dióxido de carbono mundial. 

Los árboles almacenan carbono, cuando son quemados este gas se libera a la atmósfera.

La deforestación para la agroindustria es el aporte principal de Bolivia al efecto invernadero, este aporte equivale al 1,9% de emisiones mundiales y en 2019 ingresó en la lista de los diez países más afectados según el índice de riesgo climático de Germanwatch. Ese año comenzó con la emergencia por inundaciones y concluyó con la emergencia por el peor incendio de la historia nacional. Sin embargo, otro evento mucho más silencioso y constante, repta por las tierras altas desertificándolas.

Lidia sufre ese evento. Ella produce una ínfima huella de carbono, principalmente por su actividad ganadera con un toro y dos vacas; y cada vez debe caminar trayectos más largos, junto a Cristian, para que sus animales pasteen en una aridez que me sorprende que lo logren, también debe enfrentarse a las demás personas que están en su misma posición. Por eso quiere cambiar su actividad, y como no posee ninguna de las 200 mil hectáreas destinadas a este cultivo, se asoció con el dueño de seiscientos metros en los que el tractor comienza a trabajar. 

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Incendio a cien metros del Museo de Tiahuanaco. /Archivo

Tres

A las cinco de la tarde, quince minutos después de que dos mujeres controlasen el incendio, comienza el ventarrón con la misma intensidad con la que antes el fuego se había extendido por donde solo la paja es capaz de brotar. 

Primero el humo grisáceo, luego la arenisca rojiza, encapotaron a un cielo que se había nublado como para prometer la primera lluvia de la temporada que ya lleva un mes de retraso. Pero yo no puedo descifrarlo, estoy atrapada en una tormenta sequísima que solo me permite ver mis pasos sobre el mayor símbolo de la era industrial -las vías del tren que separan al museo de las ruinas- por donde avanzo sin temor a un posible impacto: el tren, con sus promesas de progreso, ha olvidado este lugar que el mundo moderno insiste en dejarlo en ruinas. El único impacto que me provoca este instante es pensar en mi insignificancia ante la naturaleza. No podría desafiarla, ningún humano podría. Sin embargo, la humanidad lo está haciendo. 

El viento termina de golpe, dejándome la sensación de que en Tiahuanaco todo ocurre de esta manera. Una señora que recoge sus artesanías del piso, en lugar de lamentarse por el daño a su mercadería me dice: “este viento es el que se lo lleva a la lluvia”.

Cuando los buses de los visitantes parten, ya nadie habla de las ruinas, sino de cualquier señal del cielo, del aire, de las aves, que descifre el misterio escondido detrás de esa bóveda que yo veo celeste, pero los lugareños insisten que es del tono de celeste de cuando adentro el agua se condensa antes de precipitarse. 

Avanzo rumbo al río con el sol en la cara, las nubes a mi espalda y mis pisadas sonando a cascajo seco y paja partida, cerca a la orilla conozco a Lidia.

Es tan pequeña y delgada que apenas gana un poco de volumen gracias a sus polleras, que se agitan más de lo normal por su leve cojera. Cristian no necesita presentación, su nombre está bordado en su sombrero escolar de ala ancha, tiene casi siete años pero aparenta nueve. 

Lidia me pregunta de dónde vengo y apenas le respondo me pregunta si llovió en La Paz, intento recordarlo. Para mí la lluvia no significaba más que incomodidad o disfrute, dependiendo del momento. Para ella, significa la diferencia entre el éxito o fracaso de su cultivo de papa, que para ese entonces todavía es un proyecto. 

Cuatro

A diferencia de la Leyenda de la papa, es probable que la historia de su origen tenga como protagonistas a mujeres embarazadas o cuidadoras o viejas; mujeres a las que el hambre y la escasez de frutos silvestres obligó a arañar la tierra en busca de alimento; mujeres que no podían ni cazar ni recolectar porque estaban enraizadas a la tierra, igual a los tubérculos que por generaciones mejoraban a través de selección artificial y cruce de especies; sin imaginarse que domesticaban al alimento que forjaría un imperio, salvaría a Europa de la hambruna, sería el tercero más producido en el mundo y el primero en cultivarse en la luna. 

Otras mujeres habían comenzado procesos similares -con distintos alimentos- alrededor del mundo. Gracias a todas ellas, los nómadas se sedentarizaron y las civilizaciones prosperaron. ¿El humano había domesticado a la naturaleza? o ¿la naturaleza había domesticado al humano? 

En la cuenca del Lago Titicaca los asentamientos fueron cada vez más grandes, prósperos, complejos; hasta que hace 3.600 años -según dataciones de carbono 14- comenzó a surgir la cultura más importante y misteriosa de Sudamérica. 

—Quiero enfatizar en los saberes y conocimientos ancestrales para que no se pierdan en los jóvenes —dice el profesor Freddy Apaza mientras les enseña a sus alumnos, como acomodar las semillas de papa en los aguayos. 

Es el segundo año que el profesor lleva a cabo su iniciativa. El año pasado tuvo éxito: las lluvias comenzaron en noviembre; este año no puede postergar más la actividad. 

El tractor comienza a avanzar sobre el terreno trasero del colegio Posnanski, entre juegos y competencias, unos alumnos esparcen el abono y otros depositan las semillas en los surcos. Si estas semillas logran cumplir su ciclo, en marzo serán cincuenta arrobas del millón de toneladas producidas anualmente, suficiente para que el curso tenga un fondo económico y puedan equipar el laboratorio de “Técnica tecnológica general”; si las semillas se secan, el fondo estará perdido. 

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Mujeres apagando el incendio. /Archivo

Cinco

Todas fueron falsas alarmas. 

La tormenta no pasó de ser eléctrica. En la mañana Tiahuanaco sigue seco.

Una de las traducciones de Tiahuanaco es “Ribera seca” y pese a que esta cultura se situó entre el río homónimo y el Lago Titicaca, la sequía siempre fue su mayor amenaza; pero los tiahuanacotas destacaron por producir tecnologías en diversas áreas y la agraria no fue la excepción. Algunas de esas tecnologías todavía son observables. 

Camino sin darme cuenta de ningún cambio en la planicie hasta que tengo delante un suka kollo de la época tiahuanacota. Siento respeto por la mano que desapareció hace más de mil años y que el único vestigio de su existencia es esta piedra que ahora mi mano toca; piedra que seguirá también después de mí. Tiahuanaco provoca pensar en el pasado, pero basta levantar la vista donde los agricultores, para pensar en el futuro: y este depende de una lluvia que se niega a caer. 

Durante el largo trayecto a la takana, descubro muchos terrenos ennegrecidos por los restos del fuego. Las explicaciones varían desde vidrios con efecto lupa, cigarros descuidados o disputas de vecinos, todas evitan pronunciar un posible desyerbe. Después de bajar del auto camino a la montaña, a la que parece que jamás me acercaré, hasta que puedo observar sus terrazas: están derruidas. 

Con estas tecnologías y otras que no dejaron huella en la tierra sino en la palabra: acueductos, canales de riego, lagunas artificiales y otras que ni siquiera sobrevivieron al olvido y están perdidas en el tiempo, quizá, para siempre; produjeron más papa de la que consumían, para mantenerla inventaron una forma de deshidratarla, así crearon al chuño. Como almacenaron más alimento del que necesitaban inventaron una división del trabajo, así crearon la burocracia. Y -como sucede en otras civilizaciones- aquellos que producían la comida eran los que menos acceso a ella tenían. 

De esta forma, los primeros habitantes de una inhóspita cuenca andina sobrellevaron sus difíciles condiciones geográficas y climáticas, hasta convertirse en una de las culturas más importantes del mundo antiguo. 

Seis

Una anciana espera sentada al borde de una parcela de tierra endurecida donde apenas brotan escasos tallos muertos. No hay ganado a la vista, ni nadie más ¿Qué esperará? me pregunto en el trayecto que me toma llegar donde ella. Después de hablar un rato, me dice que no recuerda su nombre, pero continúa su historia como si hubiese estado esperando la oportunidad para contarla con sonrisa verde coca y ojos vidriosos.

—Siempre sabíamos sembrar por Todos Santos, y a estas alturas ya sabe estar verdeando, pero como no ha llovido todo se ha secado.

¿Esperará la lluvia? Cuando era niña se abastecía de los ojos de agua. Ahora que se han secado depende del agua potable, que no siempre está disponible, para su consumo, y de la lluvia, que ha cambiado su ciclo, para el riego; por eso perdió toda su semilla de papa.

Su hijo fue a La Paz a trabajar de albañil, sus nietos lo acompañaron. Cree que los adolescentes no querrán volver. 

Insiste en preguntarme si fui a ayudar, no puedo mirarla a los ojos cuando repito la respuesta que me dio el gestor de riesgos de la alcaldía de Tiahuanaco “si la situación empeora vamos a gestionar cisternas”. Me pregunto si la anciana que no recuerda su nombre, al verme acercándome habría esperado una solución tan simple como nueva semilla o necesaria como un sistema de riego; pero yo no puedo darle ninguna. 

En 2017 el Instituto Nacional de Innovación Agropecuaria y Forestal liberó semillas de papa resistentes a la helada y sequía, pero Tiahuanaco no tiene representantes semilleros que gestionen el acceso a estas variedades para los pequeños productores, que siguen usando las papas de su última cosecha como semilla. 

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Laguna artificial en medio del pueblo. /Archivo

Al alejarme pienso que la anciana, quizá, solo espera que acabe un día más. 

Siete

El tractor mezcla los restos de la ofrenda a la Pachamama con la tierra, Lidia no lo nota, está concentrada en sus rápidas letanías en aymara que le dan ritmo a sus movimientos para dejar cada semilla, de dos quintales, como si tuvieran un lugar exacto para estar. 

La luz cenital es tan fuerte que recuerdo una de las frases de mi abuelo “mientras más fuerte el sol, la lluvia será peor”. En Tiahuanaco los climas son extremos por naturaleza y más extremos por el Antropoceno. 

Cuando el tractor entierra las semillas, todo depende del tiempo. 

Tiahuanaco tiene 23 comunidades, no sé cuantas recorro, pero mientras me acerco a la costa del Titicaca, a 20 kilómetros, los campos se vuelven húmedos, incluso verdes. Eduardo Choque es historiador, trabaja como guía turístico, él me explica que en la época del imperio la costa llegaba hasta la capital y se fue alejando por la sequía.

Hace mil años comenzó la decadencia de Tiahuanaco por causas todavía debatidas, pero las principales hipótesis señalan que se debió a crisis sociales y climáticas.

Quizá el cambio climático recrudeció las sequías, las sequías produjeron malas cosechas, las malas cosechas provocaron hambruna, la hambruna propició a los enfrentamientos y los enfrentamientos socavaron el fin de Tiahuanaco.

O quizá, el imperio se expandió tanto que perdió su antigua cohesión social y poblados periféricos se enfrentaron al estado y la capital sufrió un éxodo paulatino y cuando azotó la sequía los últimos tihuanacotas no pudieron adaptarse. 

Al igual que en la Leyenda de la papa, un imperio milenario se desmoronó en pocas décadas a causa de la hambruna, violencia ¿y el clima?

El fenómeno de El Niño ocasionó una sequía prolongada en el altiplano sur y descendió el nivel del lago menor del Titicaca, con el que Tiahuanaco tenía estrecha dependencia. Los marcadores geológicos datan a este periodo alrededor del año 1200 de nuestra era, y al abandono de la capital tiahuanacota veinte años antes. 

Ahora, el fenómeno del hombre amenaza con repetir la historia de peor forma. 

* Esta investigación fue realizada en el marco del “Fondo de apoyo periodístico Crisis Climática 2022” que impulsan la Plataforma Boliviana Frente al Cambio Climático y la Fundación para el Periodismo.  

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