Menos amarillo, más ácido: el “Home sweet home” televisivo

Willy Camacho aprovecha que un compatriota vive en Estados Unidos para hablarnos de Los Simpsons, Padre de familia y Casado con hijos, tres series que retratan de manera crítica a la familia estadounidense. En este texto, sin embargo, cuestiona la acidez de esas críticas al “sueño americano”.

Pablo Campuzano, boliviano, vive casi una década en Estados Unidos. Hace labores de jardinería en un poblado tipo suburbio de Virginia, actividad que le permite ganar lo suficiente como para cubrir sus gastos y, además, mandar algunos dólares a su familia. Pero, ya que la vida de Pablo no es muy interesante, aprovechemos el espacio para hablar de algo más.  

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Los Simpson, la familia estadounidense más famosa, están por todas partes con su humor que, año tras año, se volvió cada vez más inofensivo, al punto que un día tuvo que aparece Padre de familia para que retorne la crítica ácida.

Entre las antiguas series televisivas cuya temática gira en torno a la convivencia familiar, quizá La pequeña casa de la pradera ocupe un sitial de privilegio en la memoria del público, ya que en ella se explota al máximo el imaginario de la familia perfecta. Charles y Caroline Ingalls conforman la pareja ideal, son, como se dice, el uno para el otro; tan trabajador él como ella, tan bondadosa ella como él, tan amorosos, honestos y nobles los dos. Solo Charles merece el amor de Caroline, y ella es la única a quien él podría amar; en cierto modo, los une la imposibilidad de querer a otro (como pareja). En la familia Ingalls todo es amor, comprensión y solidaridad; se prodigan afecto, se brindan ayuda... se aman, en resumidas cuentas.

La televisión gringa de esa época produjo varias series que reflejaban los “problemas” cotidianos de la típica familia norteamericana (Ocho son suficientes, El show de Bill Cosby, Lazos familiares, Blanco y negro, etc.). En todas ellas, además de la felicidad, el común denominador era el mensaje positivo que enaltecía valores humanos necesarios para la unión y estabilidad hogareña.

En ese contexto, fue una apuesta arriesgada producir y emitir Married with children (Matrimonio con hijos), serie que rompió esquemas al ofrecer una visión completamente opuesta al home sweet home (hogar, dulce hogar), combinando sátira y humor negro para representar la convivencia diaria de una familia norteamericana: los Bundy.

Si Charles y Caroline son la pareja perfecta, Al y Peggy son la antipareja perfecta. Como los Ingalls, los Bundy son el uno para el otro, pero por motivos inversos. Al es holgazán, desidioso, cínico, deshonesto, defectos que comparte con su esposa; ellos no están juntos por la imposibilidad de querer a otro, sino por la imposibilidad de que otro los pueda querer. En la familia Bundy, la mezquindad, las frases hirientes y las burlas son pan de cada día; entre sus miembros no parece existir ningún lazo afectivo; de hecho, Al repudia el cuerpo de su esposa y elude la intimidad conyugal constantemente. Sin embargo, nunca cede a la tentación de echarse una canita al aire, pues, más allá de la sátira, de los antivalores, de la mirada crítica, las transgresiones de Married with children tienen un límite: la santidad del matrimonio. Esto devela el mensaje subliminal de la serie: si cometiste la estupidez de casarte, ¡te aguantas las consecuencias!, pues un hogar jamás debe desintegrarse.   

Dos años después de la aparición de los Bundy, la televisión nos presentó a otra familia poco convencional: los Simpson. Marge y Homero son la pareja dispareja; él es tonto, envidioso, egoísta, flojo, inculto... (añádanle cualquier defecto, seguro lo tiene), mientras que ella es, en resumen, todo lo contrario. A diferencia de los Ingalls y los Bundy, que sí son tal para cual, los Simpson no tienen nada en común (fuera de los hijos, claro). Entonces, ¿qué los mantiene unidos? El amor que se tienen, dirán algunos, pero me parece que eso no basta para soportar la vida con el cerdo de Homero (para amarlo, Marge debe tener mucho corazón; para acostarse con él, mucho estómago).

En cierto episodio, harta de las estupideces que comete, Marge expulsa de casa a su cónyuge. Al borde de la locura e indigencia, Homero realiza un último intento por recuperar a su esposa, diciéndole: “Te ofrezco lo que nadie más puede ofrecerte: ¡total y absoluta dependencia!”. Así descubrimos qué es lo que une a esta pareja dispareja: él depende de ella y, en realidad, todo depende de ella. Es decir, el pilar de ese hogar clase media norteamericano es la mujer que asume el rol de ama de casa, resignando sueños o ambiciones en pro de la unión y estabilidad familiar.

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Casado con hijos fue una de las primeras series en retratar un aspecto menos idealizado de la familia estadounidense. La tendencia no murió con Al Bundy.

Con similar receta, una década después, surgió otra familia “animada”: los Griffin. Peter –tan feo y defectuoso como Homero– junto a Lois –tan abnegada y cándida como Marge– son otra pareja dispareja, a la que se suman personajes inusuales –como Brian, un perro que habla y posee gran cultura, y el bebé Stewie, el hijo menor, un sociópata en potencia que está empecinado en matar a su madre– para dar forma a Family guy (Padre de familia). La diferencia entre esta serie animada y su predecesora podría definirse, básicamente, tal como explican los productores: Family guy es “menos amarilla, más ácida”. Sin embargo, el punto en que convergen sus respectivas tramas es el rol que asignan a la esposa: ama de casa, pilar del hogar.

Si en Married with children el mensaje encubierto iba dirigido al hombre, en Los Simpsons y Family guy se dispara el dardo moralista contra la mujer, pero con un giro radical: si cometiste la estupidez de casarte con un estúpido... no lo abandones, pues él depende de ti; tú eres la reina del hogar, no abandones a tus súbditos. Al Bundy asumía el matrimonio como una condena que debía cumplir; Lois y Marge lo asumen como una elección que les proporciona algo próximo a la felicidad. En todo caso, las tres series mantienen la ilusión, cada cual a su modo, del home sweet home gringo.

Lo cierto es que Family guy ofrece una visión más contemporánea, digamos, de las relaciones matrimoniales. El hogar se mantiene firme, pero sin que ello implique respetar a rajatabla los votos acordados ante el altar. De ahí, entre otras cosas, proviene su “acidez”. Por el contrario, Los Simpsons optan por una visión más conservadora (o más amarilla, como dirían los fanáticos de la otra serie). Comparemos dos episodios de ambas series para ejemplificar lo dicho:

1. Homero se siente atraído por Margo, una nueva compañera de trabajo, quien, además de ser bonita, tiene sus mismos gustos y vicios. Por una serie de casualidades, llegan a compartir la misma habitación de hotel, situación que hace crecer sus apetitos carnales, pero, en el último momento, Homero se echa atrás. El episodio termina mostrando a Homero y Marge, en el mismo hotel, a punto de hacer el amor. El giro moralista resalta y enaltece la fidelidad, el amor, el matrimonio, la familia...

2. Peter descubre en la cama a Lois y Bill Clinton. Ella, luego de pedirle disculpas, le dice que se debe acostar con otra para quedar a mano. Peter acepta, pero la mujer que elige es su suegra. Pese a no estar muy de acuerdo, Lois organiza la fantasía de Peter, convenciendo a su madre de participar en el enredo. Lois los deja solos y, cuando está a punto de salir de la casa, Peter la alcanza y le dice que no puede hacer el amor con nadie más que con ella, asegurándole que su infidelidad ha sido perdonada. El episodio finaliza mostrando a Bill Clinton y Peter en la cama; éste último dice: “Realmente eres bueno”. El giro ácido profana los valores inculcados y defendidos por el establishment, además de sacar ronchas a los moralistas, homofóbicos y demás; no obstante, es incapaz de amargar la dulzura del hogar ni corroer los cimientos del matrimonio.

Pese a que, en distintos grados, Married with children y las dos series animadas ofrecen una visión crítica respecto la sociedad estadounidense, jamás ponen en duda el “sueño americano”, sobrevalorado al extremo en sus respectivos argumentos, pues las tres plantean que un hombre inculto, sin educación, sin talento, sin buena apariencia, con un empleo mediocre, puede mantener a su familia sin apoyo económico de la esposa, tener casa propia, auto y todas las comodidades del mundo moderno.

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Al final todos somos consumidores de estos y otros shows, programas que eligen hasta donde llevar su crítica

Así, con amor o sin este, desde la dulzura empachosa de los Ingalls, hasta la acidez corrosiva de los Griffin, la televisión gringa produce enlatados que distribuye en varios países, especialmente en los del tercer mundo, promocionando el “sueño americano” implícito en el home sweet home que reflejan.

Pablo Campuzano, vio todas esas series y, siendo él mejor parecido que Al Bundy, teniendo un título universitario e incluso gran cultura universal, asumió, hace ocho años, que en Norteamérica podría tener las oportunidades que su país natal no le había ofrecido. Allí trabajaría duro hasta pagar la primera cuota de una casa, donde volvería a estar junto con su familia para disfrutar las bondades del establishment. A fin de nunca olvidar esa meta, destinó cinco dólares de su primer salario a la compra de un adorno, que en cuatro o cinco años, calculaba, colocaría en el lugar más visible de la sala, ayudado por su esposa, cuando, ya reunidos, tomasen posesión de su nueva casa y el “sueño americano” pasase de lo onírico a lo real.

Hoy, como todas las noches, al volver al estrecho departamento que comparte con dos compatriotas, tres dominicanos y un panameño, miró el adorno durante algunos minutos: un cuadro que lleva inscrita la frase home sweet home. Abrazándolo contra el pecho, cayó dormido profundamente; necesita descansar, pues mañana debe continuar arreglando los jardines de los Bundy, los Simpson, los Griffin... 

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