Ajo y agua, la maravillosa y adictiva disfuncionalidad de The Bear

¿Por qué en los últimos años las series parecen haber invadido nuestros hogares? ¿A qué se debe que el espacio que una vez ocuparon las telenovelas haya sido coptado por estas nuevas producciones? ¿Es acaso únicamente producto de la enorme popularidad que han adquirido las distintas plataformas creadoras y distribuidoras de contenidos? Quizás es un poco de todo ello, pero quizás también porque haya algo más que estas historias parecen decirnos. Es a partir de ello que Adrián Nieve, usando a The Bear como casi una excusa, reflexiona acerca del papel que las series de televisión están ocupando en nuestras vidas.

Hay muchas explicaciones para por qué Bolivia siempre estalla entre octubre y noviembre, pues no es una cuestión unidimensional y hay problemáticas ardiendo por detrás como para ser simplistas con ello. Pero, ya que no es raro que alguien vea la vida desde los ojos de su profesión, como psicólogo intuía que quizás estos estallidos, además de las dimensiones sociales y políticas, tienen algo que ver con la comunicación disfuncional.

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Octubre y noviembre han sido meses en los que la situación política y social en Bolivia suele estallar. Una época en la que dos perspectivas opuestas se enfrentan y la coexistencia parece imposible. /Ph: Pexels en Pixabay.

Es hasta un meme decir que los bolivianos y bolivianas somos capos en callar y aguantar. “Ajo y agua”, le dicen en Sucre, cubriendo con una aparente referencia culinaria la frase “a joderse y aguantarse”. Típico: te duele algo, pero no vas al médico hasta que ya no puedes vivir con el dolor. O si alguien te trata mal, te aguantas, especialmente si es el jefe del trabajo que necesitas, o la suegra de la pareja que escogiste. Eso te pasa incluso si es tu padre el que te incordia y no quieres romper la armonía de la familia.

Por otro lado, otro dicho reza: “wawa que no llora, no mama”, que, creo, muchas veces tomamos muy al pie de la letra, olvidando que quizás podríamos haber expresado la molestia antes de llegar al punto del llanto.

Esa es una de las temáticas que explora la serie The Bear (2022 - ), creada por Christopher Storer, director de dos magníficos especiales de stand-up del comediante y músico Bo Burnham. En The Bear, seguimos a Carmen Berzatto (Jeremy Allen White), un famoso y talentoso chef que abandona su puesto como jefe de una de las cocinas más prestigiosas del mundo para asumir el control de la sandwichería de barrio de su difunto hermano Mike (John Bernthal), en Chicago, mientras lidia con el dolor y el trauma que el suicidio de este trajo a su vida.

Con una sola temporada de 8 episodios, esta serie logra varias cosas y siempre de manera notable. No solo es un retrato preciso de la tensión que existe en las cocinas de restaurantes de alto nivel, sino que, a través de su bien pensado montaje, la rápida edición y las intensas actuaciones de un elenco sensacional, sumerge al espectador en un caos controlado y hasta adictivo, que incomoda, pero que aguantas porque hay algo que The Bear hace que te importe lo que sucederá a continuación.

Y ese algo son sus personajes. Los arcos que atraviesan, los cambios que enfrentan, el hecho de que, si esta serie te llega como un ataque por la espalda, es porque los personajes son gente que te preocupa, que quizás no aguantas, pero de la que igual quieres saber, cuyas vidas necesitas conocer. Algo así como una familia muy disfuncional de la que, cómodamente, te puedes alejar tan solo poniéndole stop al streaming. 

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Algo en la cocina que abandona Carmen Berazzo parece sugerir que nada está bien en la vida del personaje. /Ph: StockSnap en Pixabay.

Lo más sorprendente de ello es que The Bear no es un melodrama. Vista desde lejos, es increíblemente sobria, sin ese dramatismo hollywoodense donde nuestro protagonista atraviesa un momento de derrota y después otro de esperanza y nunca deja de creer; o lo hace, pero lo salva el poder de la amistad. The Bear no es ese tipo de monstruo, pues en lugar de crear algo convencional, pone a un montón de gente disfuncional, del tipo que se guarda absolutamente todo hasta que un día explota, en la tensión de una cocina —para colmo decadente y endeudada— a la que se esclaviza para no tener que enfrentar lo mal que está su vida. 

Porque es verdad. Es evitación. Lo entiendo, no solo como psicólogo, también como paciente. Si uno calla es porque todo se vuelve más sencillo, ya que reflexionar en las varias dimensiones de algo tan solo complica el panorama. Y, como persona disfuncional, yo quiero tener la razón, no busco que nadie me cuestione ni a mí, ni a lo que creo, mucho menos a lo que hago. Aparte, si las cosas están más o menos bien, no las cambies. Y si resulta que solo están bien para mí y unos cuantos más, tampoco las cambies. No quiero ni siquiera escucharte hablar si es que vas a perjudicar mis escapes.

Se me hace que algo así pasa por las cabezas de los personajes de esta serie. Gente terca y poco comunicativa. El tipo de personas que prefieren mandarte a la mierda (así, sin tapujos), antes de permitirte cambiar el mundo tal como lo conocen, aunque ello implique sufrir. Es como dice otro dicho más: “más vale lo malo conocido, que lo bueno por conocer”. 

Suena detestable, pero en The Bear es un caos controlado que vemos a través de una muy precisa cinematografía que juega con los planos detalle, mostrándonos comida suculenta, pero también rostros, expresiones; una serie vertiginosa que interrumpe la locura con tomas largas fijadas en una sola persona viviendo emociones intensas del día a día, como obligándonos a quedarnos con ellos en ese momento, a ver sus ojos, sus gestos y encontrarle dimensiones que quizás nos ayuden a entender por qué son disfuncionales, pero que también refuerzan qué tan disfuncionales son.

Y tal vez por lo mismo no es una serie para todo el mundo, pese a que es una historia tan universal. Porque no todos quieren ver a un chef con un duelo no resuelto trabajar hasta el borde del colapso; no todos quieren un ritmo intenso donde se habla de emociones tan serias; muchos más prefieren ver algo solo si los hace sentir bien para no tener que pensar en la miríada de cosas que están ardiendo en el mundo y en sus vidas. 

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Quizás el caos controlado que, en ciertos platillos, permite un resultado delicioso, sea una expresión perfecta para conducir a la solución de otro tipo de conflictos. /Ph: Zoli2003 en Pixabay.

Esto es especialmente cierto si llegan al capítulo siete de The Bear, filmado en una sola toma, donde todo estalla, como si la caldera que llevaba un rato silbando explotase en mil añicos. Una episodio muy bien ejecutado y brillantemente construido, donde se muestra el compromiso de un elenco de actores que aprendieron a cocinar como profesionales para que las escenas sean convincentes y cuya atmósfera me hace pensar en películas de los hermanos Safdie (Uncut Gems del 2019, Good Time del 2017).   

En fin, yo la recomiendo y mucho. Porque pese a que su final se siente un poquito sencillo y apresurado, cierra bien todo el arco de la primera temporada. Pero también la recomiendo porque ya estamos en noviembre, el país está en su anual punto de ebullición, para colmo ya llegan las fiestas con todos esos gastos y familiares que habrá que soportar/disfrutar/ambos. Y si queremos sobrevivir, sin estallar, creo que necesitamos un poco de caos controlado en historias que nos ayuden a vivir esas emociones malditas.

Creo que necesitamos dejar de esquivar la intensidad y pararla con el “ajo y agua” mientras esperamos el llanto. Creo que necesitamos más series (libros, películas, videojuegos) como The Bear, donde tenemos un espejo, aún cuando la serie insista en que se trata de una historia muy típica de Chicago. 

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