Diecisiete días antes de que cumpla once

De la fina pluma de Carlos Delgado, nace la presente crónica que narra y visibiliza los hechos acaecidos durante la niñez del sociólogo boliviano Hugo José Suárez, junto a su padre y el resto de su familia, en el contexto de la dictadura ejercida por García Meza.

"El juego entre ficción y realidad que tienen estos textos es valiosísimo precisamente porque la distinción entre ficción y realidad no queda diluida. No es nunca indistinto. Pensemos o supongamos una perspectiva que la considera ficción, que las fronteras entre ficción y realidad no cuentan más. ¿Qué hacemos con los fusilados? ¿Qué hacemos con los fusilamientos? Pero eso no es ficción. Eso no es ficción. Ese Estado terrorista fusiló a esos tipos. Eso no es ficción. Entonces en este juego de que todo sea ficción, me parece que hay un punto en que eso es cínico".

325
En las calles de la sede de gobierno la represión era pan de cada día y esa fue la realidad que tocó vivir a varias personas que llegaron a temer la letras SES. // Foto Archivo Pablo Montero.

Martín Kohan

En la niñez de Hugo José, su padre estuvo presente, cuidándolos a él y a su hermana Patricia. El señor José Luis trabajaba como docente y, además, como hacen los profesores que saben que uno nunca deja de aprender, cuidaba su propia formación y cultivo intelectual. Pero, aun así, Hugo José lo tenía para él solo: en la maravilla de las labores diarias de la casa, en el diamante de las cosas que repetimos día a día; ahí encontraba a su padre y en ello conoció poco a poco al hombre.

Él le enseñó a usar la bicicleta. La máquina de ruedas era un enigma compartido, un juego para los niños, pero que ninguno podía resolver solo. Ahí fue donde el catedrático asumió la que sería su mayor ‘clase’ hasta entonces: enseñarle a Hugo José a usar la bicicleta. Sujetó el manubrio, luchando contra el vértigo desde su asiento, mientras su papá lo sujetaba y le daba el equilibrio que todo hijo busca cuando se encuentra frente al mundo. Pronto ambos emprendieron el camino. Con su padre corriendo detrás de él, Hugo José dio sus primeras revoluciones en la bicicleta.

Pero la bicicleta no sería el único deporte que conquistaron juntos. Los fines de semana, con el señor José Luis, reunían al resto de la familia y a los amigos también. En ese grupo, los padres llevaban a toda la familia a Los Pinos para enfrentarse en el voleibol o en largos paseos por Auquisamaña.

El señor José Luis también llevó a Hugo José a sus primeras lecciones de natación. Y frente a la vastedad de la piscina, con el frío en contra, y ante la helada incertidumbre de lo que pasa cuando uno se sumerge bajo el agua, Hugo José tuvo a su padre. Y fue él quien, preparándolo para las primeras brazadas, le quitó todo el miedo y le dio la certeza de su protección al decirle: "No creas que yo dejaría que te ahogues. Aquí estoy yo. Acompañándote".

Al inicio de la década del ochenta, la ciudad de La Paz era muy distinta a como la conocemos ahora. La familia de Hugo José vivía en San Miguel, a pocos pasos de Auquisamaña, con sus colinas y quebradas rodeadas de árboles. El canto de las aves era el único sonido que se percibía alrededor, y era el vencedor ante la pequeña población de vehículos. En casa tenían paz y se tenían a ellos. Ninguno esperaba que, luego de realizadas las elecciones de 1980, un nuevo golpe de Estado pusiera a un dictador al frente del más nefasto gobierno de la historia boliviana. Comenzaba la dictadura de Luis García Meza.

La preparación comenzó en casa y desde los más pequeños. El señor José Luis y su esposa les enseñaron pronto a sus hijos quiénes eran los amigos de la familia y quiénes los compañeros de lucha. Y más importante aún, con quiénes debían tener cuidado.

En esos días en que los militares patrullaban la ciudad, el joven matrimonio decidió resguardar la seguridad de su familia en la casa de los abuelos, ubicada en Miraflores. Incluso en ese momento de incertidumbre, en que las tanquetas cafés recorrían las calles por las que ellos se trasladaban, Hugo José vio que su padre nunca dejó de ser el hombre que le enseñó a andar en bicicleta. Con el mismo lenguaje cercano de sus clases, les explicó a sus dos hijos la realidad del país. Les explicó que era dirigente de su frente universitario y que, ahora que se enfrentaban a un gobierno terrorista, todo estaba en juego. No los preparaba para temer lo peor del terror, sino a mantener la sonrisa diaria, a valorar la importancia de la paz y la libertad, y a defender siempre aquello en lo que creían.

Posteriormente, lograron refugiarse en la casa de los abuelos, pero incluso ahí su familia tuvo que tomar medidas para cuidarse también. Se instalaron en el cuarto principal y en el dormitorio del abuelo, y mantuvieron las luces apagadas para no llamar la atención de las patrullas que recorrían la ciudad. El televisor, con el volumen bajo, transmitía el estado de las cosas en un país donde antes podían salir en bicicleta y que ahora perseguía a sus ciudadanos.

326
“A través del mismo televisor del abuelo, la familia entera vio el momento en el que el dictador presentó a su ministro del interior, Luis Arce Gómez”. //FOTO: Archivo Pablo Montero.

Un día, la oscuridad en el dormitorio terminó de repente. El televisor dejó de ser la única fuente de luz y, sin previo aviso, Hugo José vio a sus papás, a Patricia, a la cama y a los muebles alumbrados con tanta claridad que parecía de día. La oscuridad cedió por completo, pero en el instante siguiente la sorpresa se convirtió en miedo. Eran las tanquetas que, con sus luces reflectoras, iluminaron hasta la esquina más alejada de la casa de los abuelos.

Hugo José vio uno de sus mayores miedos hacerse realidad.

Permanecieron quietos, observándose en silencio, sin ceder a los sobresaltos de la invasión. La claridad siguió y se escuchaba el ruido de los motores acompañar el movimiento lento con el que las luces invadían el refugio. Esperaban que, en cualquier momento, el sonido de botas anunciara a los soldados en la puerta. La claridad siguió ininterrumpida. Después, oscuridad de nuevo. El traqueteo de un motor arrancando. Silencio. Y el alivio de saberse juntos en la oscuridad.

Sin embargo, incluso esa calma no fue duradera. A través del mismo televisor del abuelo, la familia entera vio el momento en el que el dictador presentó a su ministro del interior, Luis Arce Gómez. Aquel silencio de la mala sorpresa lo rompió la abuela de Hugo José, resumiendo el pesar y el temor diciendo alta y claramente lo que todos pensaban: "Estamos fregados".

Las advertencias de la autoproclamada autoridad se hicieron sentir a partir del día siguiente, cuando Hugo José tuvo que salir a la calle. Ahí comprendió que la preocupación de su abuela no era gratuita. Grupos de paramilitares se trasladaban en ambulancias por las calles de Miraflores, pretendiendo ser los ojos en la ciudad para el dictador que se ocultaba en su cuartel. Era el Servicio Especial de Seguridad, conformado por paramilitares alineados al gobierno militar como su ejército privado. Ahora bien, no contentos con usar un nombre contradictorio, habían pintado las tres letras de su sigla en los vehículos públicos que usaban para trasladarse: SES. Eran tres letras que evocaban las atrocidades de las que eran capaces las personas que compartían la maldad del dictador al que seguían.

En esos viajes camino a casa, Hugo José encontró esas tres letras pintadas en vehículos y tanquetas por igual, e inevitablemente las buscó en los letreros que adornaban la ciudad. Clases, bases. Cuando su recorrido lo llevó a la calle paralela a la avenida Arce, entre Belisario Salinas y Pedro Salazar, vio a los paramilitares rondando sus oficinas, como terroríficos insectos en su panal.

Las historias que llegaban a la casa sobre el SES resumían por sí solas toda la macabra violencia de la que eran capaces las personas cuando se les ponía en las manos un arma y en los hombros la bandera del terror. Entraban a las casas, las inspeccionaban a punta de rifle y al momento de retirarse, antes de cerrar la puerta, disparaban ráfagas hacia el techo del inmueble. De los agujeros negros caían lentas y espesas gotas de lluvia roja. Los asesinos encontraron lo que fueron a buscar: personas ocultas en el entretecho. Otras mañanas, las paredes de las calles despertaban pintadas con frases rojas, en contra del comunismo, que llevaban dos manos cercenadas colgando encima, como una tenebrosa corona. Esas eran unas de las pocas muestras del horror que el SES repartía en la ciudad.

Mas eso nunca amedrentó al señor José Luis. La actividad política estaba a la orden del día en casa; en los momentos más comunes de la familia compartía, en medio de la comida, en ese duro momento por el que atravesaba el país y, sobre todo, la importancia de hacerle frente al terror. Era gracias a esa apertura a comunicar siempre la realidad nacional, que Hugo José y Patricia aprendieron qué era la democracia, quiénes eran Luis García Meza y Luis Arce Gómez, quiénes eran compañeros de resistencia y quiénes estaban alineados con el régimen. Y siempre se dio el tiempo necesario para ocuparse de lo más importante para él en el mundo. Cuando se enteró de que los profesores del colegio de Hugo José aplicaban castigos físicos a sus alumnos o que ponían apodos a los estudiantes que no cumplían con sus expectativas, no dudó en hablar con docentes y escribir notas al colegio, dándoles cátedras sobre la verdadera misión del docente: estimular al alumno. Para Hugo José esa era una muestra de que su padre no solo le decía que lo quería. Se lo demostraba.

Fue en ese panorama que el señor José Luis salió una tarde a sus reuniones, pero no llegó a dormir. Hugo José y Patricia durmieron con su madre esa noche, esperando el retorno de papá. Su mamá salió al día siguiente, diciéndoles a sus hijos que iba a encontrar a su padre. A lo largo del día, cada dos horas, recibirían en casa la llamada de su mamá indicándoles que todavía había esperanza de encontrarlo. Aunque las noticias no fueran todavía buenas, oír que su mamá se encontraba bien les daba un pequeño consuelo a los hermanos. Igual la terrible premonición sabe abrirse campo hasta llegar a los oídos que busca. Uno de los primos de Hugo José hasta se lo preguntó de frente: "¿Dicen que tu papá está muerto?". Lo cierto era que, mientras su madre no les dijera lo contrario, Hugo José sabía la respuesta; “No, mi papá sigue vivo”.

327
Las tanquetas cafés circulaban amenazantes por una ciudad que vio muertes y torturas innecesarias, por órdenes de un gobierno terrorista que todavía carga con varios muertos. // Foto: Archivo Lobo sin Aire.

Cerca de la noche, luego de las siete, su mamá les llamó por última vez. "Papá está muerto. Está conmigo". El velorio fue en la casa de la avenida Busch, en la sala donde hace unos días los hijos del señor José Luis jugaban sobre la alfombra.

Muy pronto, Hugo José se enfrentó, a sus diez años, con el momento por el que ningún hijo pequeño debe transitar. Ingresó a la sala, adornada con esquelas y coronas, donde el nombre de su padre relucía en letras negras. En la mesa, el cuerpo de José Luis Suarez Guzmán estaba cubierto con una manta de tela clara que le llegaba hasta el cuello. Los ojos de su padre estaban cerrados. Fue diecisiete días antes de que cumpliera once años.

Durante treinta años, Hugo José no pudo visitar la casa de la calle Harrington. Era el lugar donde el señor José Luis, junto a otros defensores de la democracia, fue emboscado y torturado por el gobierno militar. Era el lugar donde un gobierno terrorista le quitó a su padre. Finalmente, el año 2021, Hugo José volvió a visitar esa casa, acompañado de su esposa, sus dos hijas y su hermana Patricia. El inmueble estaba en venta. El concreto de las paredes parecía retener los momentos llenos de terror del 15 de enero de 1981 y a Hugo José le pareció, como siempre, que esa casa sería una evocación del miedo que sintió su padre en sus últimos momentos. Pero una vez dentro, se descubrió teniendo los mismos pensamientos que el señor José Luis cuando enfrentó a su destino de frente y mirando al sol. Supo que pensó en el país y en la democracia. Supo que pensó en su esposa, en su hija, en su madre y en su padre. Y pensó también en su hijo, Hugo José Suárez.

Ahora, Hugo José sostiene una fotografía. Se la tomaron a él y a su padre en el pasillo de su casa. Ambos están de pie, con la misma pose y la misma sonrisa. Ambos llevan el mismo pijama, cada uno usando el tamaño que le corresponde. El adulto y el niño. El padre y el hijo.

***

José Luis Suarez Guzmán nació en la ciudad de La Paz, el 23 de diciembre de 1943. Fue sociólogo y pedagogo. Fue docente en la Universidad Mayor de San Andrés y en la Universidad Católica Boliviana "San Pablo". Enseñó también en los cuarteles, y en ellos encontró una veta para acercar a los guardianes de la seguridad a la realidad de su país. Les llevó el respeto a los derechos de las personas, la defensa de los ideales humanos y el valor de defender las luchas por las que uno cree. Representó a los catedráticos y presidió el frente universitario de su partido. Murió en la masacre de la calle Harrington, el 15 de enero de 1981. Tenía treinta y ocho años.

53 me gusta
315 vistas