El odio del camello
Los azares del destino decidieron que debía pasar una noche en el desierto del Sahara. Estaba con mi hermano en un campamento de beduinos que mataban el tiempo tomando té alrededor de pequeñas fogatas. Con algo de humor le llamaban “el whisky del desierto”, me imagino que ya estaban acostumbrados a las conversaciones sobre las prohibiciones alcohólicas en el mundo musulmán y preferían agradar a los turistas. Respondían a todas las polémicas preguntas de los visitantes con una sonrisa o alguna forma de afirmación seguida de un largo silencio.

Capaz soy muy inocente, pero me parece que ellos tenían tanta curiosidad por mi tierra como yo por la suya. Imagino que era una novedad tener a un par de bolivianos en frente, lo poco que sabían del país era un famoso y abultado resultado futbolístico o el hecho de que la capital está en las alturas. Nosotros éramos igual de ignorantes sobre la cultura beduina, ni siquiera sabíamos que existía una diferencia entre dromedarios y camellos.
Nos aburrimos rápidamente del juego de encontrar similitudes y diferencias culturales; capaz porque los pilares y los valores morales de todas las sociedades son finalmente idénticos y las discrepancias son solo anecdóticas. El apego a la familia, el amor a la madre, el respeto al padre, las peleas con las hermanas y hermanos, los líderes ineptos y corruptos, lo difícil que es encontrar pareja, el deseo de una vida tranquila son todas cosas comunes a nuestra especie sin importar dónde nos encontremos.
Cuando la charla comenzó a desvanecerse en el silencio de la noche, el beduino mayor, Emir, tomó la palabra y comenzó a narrar una historia que hasta el día de hoy me persigue. Trataré de ser lo más fiel a mi memoria, que es lo más cercano que tengo a la existencia; aunque seguramente mi narración se quedará muy lejos de lo que sucedió realmente.

“Habrán notado que los ojos del camello son extraños. La razón es que poseen una deformidad interna, seguramente producida por el calor y el brillo intenso del sol. Cuando un camello ve a una persona la ve gigantesca, el animal se siente inferior y obedece. Es un efecto físico de sus pupilas; ellos ven al mundo, que en su cabeza está compuesto casi enteramente de arena, con una distorsión impresionante. Es por esa deformación visual que son tan dóciles, pero es una dulzura que tiene límites muy cortos. El camello es el único animal, además del hombre, que puede sentir el deseo de venganza eterna. Un camello jamás aceptará un maltrato; y si alguna vez eso sucede, guardará el rencor en su ser hasta que llegue el momento de desquitarse.
”Mi tío por parte de madre, Rashid, fue el primer beduino de la familia en adquirir un camello; lo compró como una novedad ya que antes de eso nos transportábamos con burros y caballos. Una tarde, tanto Rashid como el camello estaban fatigados, y mi tío no encontró mejor forma para desahogar su cansancio que golpeando al pobre animal que estaba hundido en la terquedad. Esa noche, el magullado camello esperó a que Rashid duerma y sigilosamente se acercó a su lecho. No dudó en vengarse saltando y pisando con dureza sobre su cuerpo hasta provocarle la muerte.
”El hijo mayor de Rashid, mi primo Ahmed, fue testigo de todo el cruel acto. Nada pudo hacer esa noche contra el camello, apenas tenía doce años. Esa situación lo convirtió en el hombre de la casa; se encargó de enterrar a su padre, de consolar a su madre y hermana, pero sobre todo de darle solución al sentimiento de venganza que sentía contra el camello. Algunos días después, Ahmed no aguantó la rabia por tan trágico evento y se descargó físicamente contra el animal. Le lanzó tantas piedras como insultos que al final no eran más que lágrimas de un niño que se hacía adulto a la fuerza. La bestia aguantó todos los agravios sabiendo que más tarde iba a repetir su venganza.

”Esa noche el camello pisó y saltó sobre almohadas y telas viejas pensando que eran el joven beduino durmiendo. Ahmed había preparado el engaño y se quedó mirando la escena con cierto asombro. Imagino que es raro ver un sentimiento tan humano impregnarse en un camello, pero en su caso era un sentimiento en potencia, era la venganza de una venganza. Ahmed se paró frente al camello que seguía pisoteando almohadas para demostrar que el animal había sido engañado. El corazón del camello no pudo aguantar el rencor ni la rabia, se detuvo en ese instante; no sin antes dar el más fuerte de los latidos que se tradujo en una especie de rugido que todo el desierto escuchó. Cuando el animal estaba en el piso, Ahmed se arrodilló, apuntó con su frente al este y le pidió disculpas con una oración; sabía que esa era la única forma de detener la espiral de odio.
”Los beduinos de esta región dejaron de criar camellos, el rencor no tenía cabida en nuestra vida cotidiana. Ahora tenemos solamente cuatro para que los turistas paseen; son tratados de la mejor manera, nadie se atreve a apresurarles siquiera. Tuvimos que esperar a que Ahmed falleciera para comprarlos; hasta el día de hoy, su viuda los ve con rabia y escupe con fuerza al piso cuando pasamos por su casa”.
Según mi hermano toda la historia es falsa. “¿No viste como los maltrataron al venir?”, dijo antes de que se acabara el té y nos fuéramos a dormir. A eso de la medianoche escuché ruidos y desperté; soy medio ciego sin mis gafas, pero podría jurar que vi a un par de niños armando una cama falsa con almohadas en la entrada de la carpa.
