Sica Sica, sintonía de almas y ajayus
La iglesia de Sica Sica

Rolando Mamani, autoridad de Maca, comunidad cercana a Sica Sica, nos recibió, a mi amigo y colega David Mercado y a mí en la carretera Panamericana, hoy doble vía, que une una quincena de pueblos entre La Paz y Oruro. Salió de un pequeño vehículo, enfundado en un abrigo negro largo, que luego cambiaría por su tradicional poncho rojo nativo. Junto a otros comunarios, nos guió a la iglesia del pueblo, primer punto de nuestro recorrido.
Con evidente orgullo y apego nos mostraron el templo, que fue construido hace casi tres siglos con piedra y adobe y respetando la antigua tradición de la región de ser circundada por cuatro grupos humanos en los cuatro puntos cardinales: las comunidades de Maca, Uchusuma, Capunuta y Collana, las mismas que, junto con la vecindad del pueblo, son sus custodios.
Lo primero que nos impactó fue su gran tamaño. Es la iglesia colonial más grande del Altiplano. Sin embargo, también asombra imaginar cómo fue levantada en el siglo XVI y luego decorada en el siglo XVII. En su concepción arquitectónica, seguramente participaron religiosos españoles y en la mano de obra nativos que, todo indica, también tuvieron que ver con la obra fina y la fachada.
No sería extraño que, como ocurrió en centenares de templos católicos de esta y otras regiones de Sudamérica, este también hubiera sido construido sobre una huaca, lugar sagrado que, al estar debajo, hubiera atraído en buena parte la afluencia de los fieles indígenas conocedores de la existencia de un santuario nativo.
Su construcción fue comandada por una misión evangelizadora jesuítica, como escribe el investigador Rigoberto Paredes en La provincia de Sica Sica (1984) Por el estilo exuberante de la piedra tallada en las fachadas central, posterior y laterales, los entendidos en estas materias afirman que la ornamentación parece haber sido hecha por manos indígenas. Así lo testimonian los nombres “MALCO MAITA Y MATEO CHOQUE” y “DIEGO CHOQUE Y MATEO CHOQUE”, y la fecha 1729, en las gárgolas laterales. Según Teresa Aneiva, Oscar Corante y Fernando Cajías, en el libro El templo de Sica Sica (1977), los autores de esta profusa decoración fueron posibles canteros o donantes.
El templo de San Pedro de Sica Sica pertenece al estilo barroco mestizo. En opinión de los investigadores Teresa Gisbert y José de Mesa en Historia de Bolivia (2016), es el más característico de los estilos americanos y florece muy especialmente en la región andina en el siglo XVIII. Los europeos altares, las columnas salomónicas de la portada, la cubierta y los santos San Pedro y San Pablo comparten escena con una decoración de abundante flora y fauna tropicales, claramente originarias de los valles cercanos. Figuras circundadas con piñas y papayas, y rostros de monstruos en la base, toda una expresión de imaginería nativa cuya interpretación artística propia quedó estampada por centurias, como queriendo decir “esto no es solo europeo”.
La construcción tiene dos campanarios, ambos con enormes y potentes campanas que hoy comparten espacio con centenares de palomas que han hecho allí sus nidos. Al de la derecha no se puede llegar porque las gradas están destrozadas e invadidas de excremento de estas invasoras aves.
La iglesia es de todos. Es de los pobladores aymaras que se miran en los nombres indígenas estampados en la piedra o en la imagen sempiterna de sus antepasados trayendo los bloques en sus espaldas desde las canteras más cercanas (Maca y Collana) y es también de los vecinos que la tienen a unos pasos de sus viviendas. Dentro de ella, la espiritualidad se conecta a través de la diversidad de las creencias que confluyen hoy: la virgen y la Pachamama, los santos, el sol Inti, las montañas, como Khana Pata, cerro de Sica Sica en cuya cima se encuentra el Tata Espíritu, santo adorado por sus milagros. Doña Carmen Contreras, anciana aymara de 96 años, nos cuenta que este Tata burló su muerte tres veces, así explica su devoción permanente hacia él.
En el pasado, los europeos adoraban a Cristo y los nativos a sus deidades presentes en las huacas. Ahora conviven la fe católica y la fe indígena, hasta el punto de fusionarse en muchos casos. Todo hace ver que fue el camino más fácil y a la vez el más acertado modo de vivir en paz.
Los historiadores Carlos Mesa, Carlos Mamani, Fernando Cajías y Fernando Huanacuni[1] tienen percepciones diferentes sobre el proceso en el que concurrieron las culturas indígena e hispánica en esta región del continente americano y en especial en lo que ahora es Bolivia. Cajías afirma que “hubo un plan católico por un lado y por otro hubo un plan indígena y se encontraron en el siglo XVIII”, a pesar de que los primeros españoles que llegaron a estas tierras tenían la consigna de destruir y extirpar toda herencia indígena.
Mesa reivindica un proceso de mestizaje convergente en La sirena y el charango (2013), no obstante lo difícil y doloroso que pudo haber sido, principalmente por los excesos, abusos y crueldad de los españoles en contra de los indígenas. Así y todo, se dio una suerte de ensamble social muy marcado por las diferencias y los matices socioculturales y socioeconómicos que perviven hasta nuestros tiempos. Mesa insiste en recuperar los “elementos positivos en la suma de nuestro brazo occidental y de nuestro brazo indígena” para “proyectarnos adecuadamente hacia el futuro. Somos hijos de ambos y no podemos renegar de ninguno”, afirma.
Mamani prefiere hablar de traslapes, superposiciones de ambas culturas indistintamente, es decir, algunas veces emergen las tradiciones indígenas y otras las europeas. “Es traslape, no mestizaje, el mestizaje es mixtura”, dice. Sin embargo, luego admite que las danzas folclóricas son, de alguna manera, una evidencia de mestizaje. Una de esas fastuosas demostraciones, que Mamani sigue por YouTube, es la fiesta de Sica Sica, la más famosa de la región altiplánica, donde brilla la Morenada Uchusuma.
Según Huanacuni hubo un choque cuando los españoles destrozaron y extirparon símbolos andinos, pero luego también hubo un entendimiento mutuo a través del arte, desde que juntos, europeos e indígenas, comenzaron a construir, por ejemplo, las iglesias de la colonia en el Altiplano. “Esto es lo que nosotros pregonamos a través del Vivir Bien o Sumaq Kamaña, es una forma de concebir el mundo en la que hay que enlazar, complementar, tejer. No se puede construir destruyendo, sino complementando”, dice con convicción.
El templo de Sica Sica sufrió tres incendios, nos contó Don Lionel Tellería Royo, vecino del pueblo y exmilitar. Los dos primeros fortuitos y, según él, el último provocado en julio de 1996, cuando hubo una intención de robar las joyas de la Virgen del Rosario, patrona del lugar, principalmente su collar de perlas legítimas.
Otras voces nos dijeron que nunca se probó el atentado y que lo que realmente habría ocurrido fue que una devota le pidió al sacristán dejar encendida una vela, con esa creencia de que si se apagaba, la virgen no le iba a escuchar. Por lo visto, la feligresa fue escuchada más de la cuenta porque la vela continuó encendida generando un fuego que devoró todo lo que encontró a su paso.
El altar mayor ya no existe, se quemó hasta desaparecer y fue sustituido por uno de los altares laterales. En el voraz incendio también se quemaron la mayoría de los cuadros coloniales anónimos, algunos de la Escuela del Collao. Los que cuelgan ahora fueron salvados por los vecinos y los comunarios que los sacaron de en medio de las llamas. Uno de esos héroes anónimos es don Flavio Mejía Mayta, exalcalde de Sica Sica y exjilakata de su comunidad quien, junto a otros, con baldes de agua, ayudó a sofocar el fuego que ya se estaba posando sobre la magnífica puerta del templo. Aún se pueden ver sus rastros tiznados.

Estos hombres participarían luego en la reconstrucción de la iglesia, impulsada por el Ministerio de Culturas de ese entonces, poniendo un nuevo techo y nuevas cornisas, culminando un trabajo de “salida del paso”, a decir de los entendidos.
Don Lionel, en cambio, cree que la reconstrucción de la iglesia fue un “logro”, una prueba más del encuentro entre vecinos y comunarios que habitan Sica Sica y que están convencidos de su derecho propietario colectivo sobre el antiguo templo.
Hoy todos unidos piden una restauración general, lo cual no debería ser un trámite complejo, dado que en 1945 la iglesia fue declarada Monumento Nacional, junto a las de Ayo Ayo y Calamarca.
Dado que el Ministerio de Culturas hizo ya un primer acercamiento con la Cooperación Internacional para lograr apoyo económico para la restauración de diez iglesias coloniales del Altiplano, unas en peor situación que otras, sería oportuno que la de Sica Sica ingrese en este circuito de reparación.
La batalla de Aroma
Nuestro recorrido en Sica Sica continuó con una visita a la mismísima pampa donde se libró la batalla de Aroma, el 14 de noviembre de 1810. Debajo de un sol inhóspito y hostigados por un viento frío, nos vimos sobre el terreno mismo que aún cobija restos humanos de quienes cayeron en esa contienda, al lado del ahora seco riachuelo Uchusuma, donde Esteban Arze y sus milicianos vencieron, hace más de dos siglos, a un contingente español superior en armas.
El historiador y biógrafo de Arze, Eufronio Viscarra, citado por Wilson García Mérida en su artículo La batalla de Aroma, de la guerra a la fiesta (2005), así se refiere a la tropa guerrillera de la Intendencia de Cochabamba: “Apenas una tercera parte del ejército contaba con malos fusiles, morteros y arcabuces. Las dos terceras partes restantes estaban armadas solamente de chuzos, garrotes, macanas, cachiporras, barras de hierro y lazos”.
En ese espacio enorme y agreste, los comunarios sacaron de una camioneta seis urnas de madera que, a través de un vidrio, dejaban ver huesos humanos antiguos que fueron rescatados del lugar hace varios años. Don Flavio Mejía nos dijo que ellos eran los custodios de estas pequeñas cajas mortuorias, con la idea de que algún día sean parte de un museo en homenaje a los vencedores de la batalla de Aroma. Por ahora, los habitantes de Sica Sica están elaborando un proyecto de ley para que, en la Asamblea Legislativa Plurinacional, el lugar sea declarado Campo Santo, pues creen que aún existen allí restos de los caídos. “Nosotros nos sentimos orgullosos de que nuestros ancestros aymaras se hayan unido a los milicianos de Esteban Arze”, nos dijo concluyente.
Varios textos históricos confirman que Arze reforzó sus tropas con rebeldes locales en Oruro y en Sica Sica, lo que hace suponer que estos eran mestizos y también habitantes aymaras de Sica Sica.
Las huestes de Arze significaron un punto de encuentro entre criollos, mestizos e indígenas, quienes, desde su perspectiva, ansiaban liberarse del dominio realista español. Muchos de esos criollos y mestizos eran hacendados y en Sica Sica había muchos. Los esposos Mesa Gisbert, en su libro Historia de Bolivia (2006), afirman: “La mayor parte de los conspiradores (contra los españoles) eran propietarios de hacienda”. En su Resumen histórico de la batalla de Aroma (2010), Don Lionel Tellería escribe: “Los emisarios que llegaron previamente hasta Sica Sica lograron el apoyo logístico en alimentos de las haciendas de Belén, Culliculli, Ayamaya y Calacoto”. Era de suponerse que fueran los hacendados los proveedores, dadas las mejores condiciones de vida que poseían, “dueño de vidas y haciendas”, dice el dicho popular.
La batalla de Aroma tiene como antecedentes imprescindibles, y por supuesto de gran dimensión, la insurrección de Chuquisaca del 25 de mayo de 1809 encabezada por Bernardo Monteagudo, la gesta revolucionaria paceña dirigida por Pedro Domingo Murillo el 16 de julio del mismo año y la revuelta valluna del 14 de septiembre de 1810.
Luego de la victoria del movimiento revolucionario liderado en Cochabamba, Arze y sus tropas llegaron a Oruro para ayudar a los rebeldes que también querían emanciparse de la corona española. Los realistas enviaron desde La Paz al escuadrón, muy bien equipado, del Cnel. Fermín Piérola con el fin de llegar a Oruro y sofocar a los revolucionarios. Pero, en Sica Sica, los esperaba Esteban Arze y su ejército expedicionario.
La iglesia tuvo un papel interesante porque, como afirmó don Lionel, “Arze sostuvo una reunión en estricto secreto en el templo sicasiqueño con el párroco José Antonio Medina y acordaron esperar al enemigo en los campos de Belén y Pujravi”. En esa reunión se acordó que la población simulase un buen recibimiento a las tropas realistas enemigas “con alimentación y refrescos mezclados con hierbas purgantes como la retama macho, el sauco y otras”, lo cual ciertamente debilitaría a las fuerzas españolas. La señal de alerta, para que los insurgentes supieran de la llegada de Piérola y sus soldados a Sica Sica, fueron 16 campanadas. Sin embargo, es también importante decir que hay versiones históricas que señalan que el ingreso del español y sus hombres al pueblo de Sica Sica fue impedido por sus habitantes.
El choque se produjo a pocos kilómetros de Sica Sica, sobre un terreno donde, según afirma Viscarra, “numerosos conejos semejantes a la liebre (vizcachas) establecen en el suelo sus madrigueras en forma de largas y profundas encrucijadas, que se hunden bajo las plantas, produciendo agujeros donde caen fácilmente hombres y bestias”. Además de los orificios hechos por los conejos, también conocidos en la región como pampahuancus, las tropas de Arze se ocultaban detrás de los altos pajonales de thola. Los españoles, que no conocían el terreno, caían accidentalmente permitiendo que los milicianos avancen ofensivamente venciendo a los peninsulares.
Don Lionel escribe en su texto histórico que los combatientes fueron recibidos en el pueblo de Sica Sica “con aclamaciones de júbilo y algarabía, constante repique de campanas y la multitud decía: ‘Cochabamba la madre y Sica Sica la hija, y al paso llovían flores propias del lugar’ ”.
La victoria de la contienda de Aroma dio lugar al nacimiento del Ejército de Bolivia que celebra su creación el mismo 14 de noviembre y, junto a otros de mayor dimensión, es un hecho precedente al gran salto de la fundación de la República el 6 de agosto de 1825. A propósito, pudimos comprobar in situ que los comunarios de Sica Sica tienen admiración por la creación de la República. No otra cosa significa la presencia de las efigies de Simón Bolívar y Antonio José de Sucre en la parte principal de la sala de su Central Agraria, donde nos invitaron una deliciosa huatía de cerdo con una variedad de chuño gris que probé por primera vez y que se llama moraya. Usualmente, lo que se suele advertir en estos lugares de encuentro sindical son los retratos del presidente y vicepresidente del Estado Plurinacional.

Sin embargo, no creo que estos ciudadanos aymaras desconozcan los desaciertos, excesos y abusos de la República, sus antepasados los vivieron en carne propia y con seguridad les hablaron de estos. Mesa escribe: “El sistema republicano en ese periodo se cimentó no solo en la negación y explotación del indígena, sino en la expoliación de sus tierras de comunidad bajo el disfraz de la búsqueda de la eficiencia liberal y en la exacción heredada de la colonia del tributo indígena”.
Otra percepción histórica, por cierto enérgica, es la del historiador aymara Mamani, quien afirma que “Bolívar vino a robar con los ingleses, vino a Potosí por la plata porque Potosí era la fábrica de dinero del mundo, parte de su ejército era la legión británica e incluso puso a un general inglés como gobernador de Potosí”. Para Mamani, Bolívar dividió el país que era uno solo con el Perú. “Se nos ha enseñado falsamente que hubo una guerra de la independencia de los criollos, los patriotas, los mestizos y los indios contra España. Eso no fue cierto, lo que hubo fue una guerra entre dos virreinatos, el del Perú y el de Buenos Aires”.
Aunque tengo mis reparos con las afirmaciones de Mamani, principalmente en torno al papel libertario de Bolívar y Sucre, no deja de parecerme interesante su pensamiento en torno a las ambiciones políticas y económicas de los virreinatos de Lima y de Buenos Aires. Además de España, ¿no nos habremos también independizado en 1825 de Perú y de lo que luego fue Argentina? Mamani sentencia: “Las tropas de los cuatro ejércitos auxiliares del virreinato de Buenos Aires vinieron por Potosí, porque ahí está la plata y porque esta era la región más poblada por los indios, porque eran la fuerza de trabajo, no es por otra cosa. Por eso fue la pelea”.
Mamani destaca las argumentaciones del historiador José Luis Roca, en torno al asedio de ambas influencias virreinales sudamericanas sobre el Alto Perú. Las reflexiones de Roca, en Ni con Lima ni con Buenos Aires (2017), están respaldadas en la conciencia colectiva local de esa época, formada alrededor de una defensa contundente del Cerro Rico como antecedente de la creación del Estado Boliviano: “[Esa] actitud contestataria frente a los virreinatos, así como los conflictos históricos con las audiencias pretoriales, es uno de los impulsos permanentes del proceso formativo del Estado boliviano”.
Estas referencias históricas de las etapas pre y postrrepublicanas nos dan el marco para comprender lo que piensan y sienten hoy los pobladores de Sica Sica, varios de ellos nuestros anfitriones. Analizo y veo que este grupo de pobladores aymaras de esta parte del Altiplano tiene una mirada larga hacia el horizonte que tiene al frente y no pretende detenerse en el pasado porque ello no resuelve sus problemas actuales. Por ello intenta mirar lo bueno del pasado y del presente.
Para los sicasiqueños, comunarios y vecinos, la batalla de Aroma representa una referencia identitaria común más allá de las divisiones clasistas o raciales. Extraer lo positivo de esa victoriosa contienda es proyectarla como un símbolo propio de encuentro, orgullo y de progreso, con la idea de materializar el espacio en un museo que genere ingresos valiosos para la región por las actividades turísticas.
Destacado: [Extraer lo positivo de esa victoriosa contienda es proyectarla como un símbolo propio de encuentro, orgullo y de progreso, con la idea de materializar el espacio en un museo que genere ingresos valiosos para la región por las actividades turísticas.]
Las rebeliones indígenas
Sica Sica fue escenario de ejecuciones de indígenas provinciales y mestizos por manos realistas. En esta, como en otros puntos de la región altiplánica ocurrieron ajusticiamientos despiadados, en diferentes épocas desde la llegada de los españoles.
Tanto nuestros cicerones aymaras como los vecinos del pueblo nos contaron que Tupak Katari (Julián Apaza) y Bartolina Sisa, los líderes indígenas más reconocidos en el espacio aymara y no aymara, vivieron en Sica Sica. Hubo quien incluso nos señaló una casa cerca de la plaza como la vivienda de Bartolina, quien allí vendía coca.
Sin embargo, la pareja no solo habitó por un buen tiempo esta región, sino que allí preparó y activó su levantamiento de 1781, y, más de cien años más tarde, Pablo Zárate Willka también reclutó allí correligionarios.
Julián Apaza y Bartolina Sisa se conocieron en la fiesta de Sica Sica. Ella era mestiza, hija de una chola a quien le heredó un comercio de coca, licor y telas que instaló en la esquina de la plaza. Mirar la que dicen los vecinos fue su casa permite imaginar a la mujer, que dicen era guapa, en su venta en esa época, segunda mitad del siglo XVIII, en medio del bullicio comercial en la plaza. Vimos un brusco contraste con el espacio de ahora, apacible y hasta lánguido, cuando no está invadido por los conjuntos folclóricos. Las diferencias se advierten al ver este lugar convertido en una mezcla extraña de estilos y estructuras, como la fuente inglesa importada en 1923 y el monumento dorado refulgente de Esteban Arze en su caballo, sobre un llamativo pedestal de azulejos anaranjados.
Apaza fue campanero, sacristán, peón de minas y panadero, pero, sobre todo, tuvo el gran oficio de “rebelde aymara. Supo treparse al campanario de los siglos y voltear la campana de la historia arrancándoles hondos y largos sones de epopeya”, escribe Augusto Guzmán en la biografía novelada que realiza sobre Katari.
¿Por qué un indígena evangelizado sería luego el líder de una de las revueltas indias más emblemáticas de la historia de Bolivia?
De niño, el huérfano Julián Apaza fue dejado por su tío Manuel Apaza al párroco de la iglesia de Ayo Ayo, quien lo acogió y enseñó a leer y escribir. Fue allí donde se encargó de tañer las campanas y hacer las tareas de sacristán, como su padre, quien, sin embargo, murió en la mita de Potosí. Su encuentro con la lectura, la escritura y también con la fe cristiana fue fortuito, pero sin duda bien aprovechado dada su inteligencia y sed de mejores días para su pueblo. Huanacuni afirma que Apaza luego reparó en que alfabetizarse y conocer a quienes profesaban la fe católica le sirvió para conocer mejor a quienes consideraba los verdugos de la población indígena, principalmente españoles, pero también criollos y mestizos.
Además de su actividad de venta de coca, los Apaza llevaban y traían información, comenzando a gestarse en esa región altiplánica, diez años antes de 1781, la rebelión indígena que luego se traduciría en el cruento cerco a La Paz ante el yugo español, que duró más de 100 días.

Lograron levantar no solo a los indios de su distrito (las cabeceras y dependencias de la mitad de Sica Sica), sino a las comunidades de las cuatro provincias coloniales que antiguamente habían conformado la federación de los Pacaje. Es, sin embargo, importante decir que encontraron resistencia en algunos puntos específicos, como el pueblo mismo de Sica Sica, que apoyaba más a los quechuas Tupak Amaru y a Tomás Katari, quienes comandaron las sublevaciones del Cusco y de Chayanta respectivamente, este último declaró incluso suspendida la mita y canceladas las obligaciones tributarias para su gente.
Tupak Katari fue traicionado por uno de sus colaboradores, quien lo entregó a las autoridades españolas que lo sentenciaron a muerte. Bartolina Sisa y la hermana de Apaza, Gregoria, también fueron condenadas. Los tres caudillos aymaras fueron sentenciados por haber cometido el peor de los delitos: “Traición al rey y a la patria”. Tupak Katari fue ejecutado cruelmente en la altiplánica localidad de Peñas en noviembre de 1781, atado a cuatro caballos que tiraron de sus extremidades hasta descuartizarlo, y ellas fueron ahorcadas en septiembre de 1782 en La Paz.
Además de la ejecución, el oidor Francisco Tadeo Diez de Medina dictó otra sentencia posterior a la muerte de Julián Apaza:
Su cabeza a la ciudad de La Paz para que sea fijada sobre la horca de la Plana Mayor [...] la mano derecha en una picota y con su rótulo correspondiente a su pueblo [natal] de Auihaui [Ayo Ayo] y después al de Zicazica donde se practique lo mismo; la siniestra al pueblo capital de Achacachi [Achacache, capital de Omasuyos] en igual conformidad para lo mismo, la pierna derecha a las yungas y cabecera de Chulumani, y la otra a la de Caquiaviri [cabecera] de la de Pacajes[2].
Otro líder indígena que tuvo protagonismo en estas tierras fue Pablo Zárate Willka con quien el Cnel. José Manuel Pando, alto representante de los liberales y luego presidente de Bolivia, hizo una alianza para luchar contra el Ejército nacional al servicio de los conservadores que defendían la capitalidad de Chuquisaca. Los liberales ganaron esta llamada Guerra Federal en 1899 con el apoyo de masivos grupos indígenas.
Zárate Willka tenía el interés de defender las tierras indígenas en peligro por una disposición anterior de despojo de los ayllus del expresidente Mariano Melgarejo. José Manuel Pando, quien luego gobernaría Bolivia por cuatros años, estaba casado con una mujer de linaje ancestral aymara nacida en Sica Sica y quien propició la concertación con los indígenas, para que apoyen a los federalistas con el interés de defender sus tierras. Según Huanacuni, Pando retrocedió luego de que el presidente Severo Fernández Alonso, contrario al federalismo, lo convenció, esgrimiendo el peligro de que los indígenas tomen el poder. Esto se evidencia, dice el historiador aymara, en una carta encontrada posteriormente en el Archivo Nacional.
Ese 1899, dos trágicos hechos detonaron un marcado desencuentro racial: la masacre de Ayo Ayo ocurrida en enero, cuando 27 soldados chuquisaqueños antifederalistas heridos murieron a manos de los indígenas en un templo donde se habían refugiado, y la masacre de Mohoza, cuando la noche del 28 de febrero al 1 de marzo fueron asesinados, también por indígenas y mestizos del pueblo, 120 soldados supuestamente acogidos en la iglesia. Lo sorprendente fue que estos combatientes eran del lado de los liberales federalistas, es decir, sus aliados. Meses más adelante, los parlamentarios liberales se negaron a dar curso al debate para que Bolivia sea una nación federal por la que habían combatido. Paralelamente, se burlaron las luchas de los indígenas, quienes habían combatido por sus tierras.
La historiadora Pilar Mendieta narra, sustentada en documentos históricos, la violenta escena:
Los desesperados soldados buscaron refugio detrás de los santos, en el baptisterio, pero fueron prontamente hallados por los indios… un sangriento sacrificio en el que los indios cortaron los testículos de sus víctimas y bebieron su sangre en señal de victoria, al calor de una rabia acumulada por siglos. Se dice además que esa noche, los indios habían gritado ‘¡viva Willka!’
Pero ¿cómo explicar esta crueldad ensañada motivada por los encarnizados antagonismos raciales?
La respuesta no puede ser otra que se debe al odio ancestral acumulado y engendrado por acciones igual de viles y lacerantes ocurridas en el pasado. Las ejecuciones de Tupak Katari, Bartolina Sisa y Gregoria Apaza, en 1781 y 1782 respectivamente, son los sucesos más emblemáticos. Aunque, por las investigaciones históricas, como la realizada por Daniela Marino en el artículo “Anatomía de una rebelión. Valles de Sicasica, 1782” (2000), se sabe de otros, como la pena dictada en contra de Isabel Guallpa, lideresa viuda de Carlos Choquetiqlla, rebelde aymara de Sica Sica. Guallpa, oriunda también de Sica Sica, murió ahorcada y sus restos repartidos a razón de escarmiento en los sitios donde tenía seguidores, igual que Bartolina Sisa y Gregoria Apaza.
La historia es concluyente. Exhibe el odio, la crueldad, el abuso y el racismo tiránico de los españoles a los indios inicialmente; luego, la sañuda revancha de los sojuzgados en contra de los españoles. También muestra los excesos y la discriminación de los criollos a los indios, el rencor de los indios a los criollos, de los mestizos a los indios y de los indios a los mestizos.
Bellamente y con vehemencia narra Guzmán estos episodios históricos recurrentes de encono y violencia:
Era la venganza del mundo antiguo vencido y envilecido pero no destruido. Quien siembra agravios cosecha resentimientos y quien funda sistemas de opresión despiadada funda mal gobierno en peores cimientos. Desde el Cuzco hasta Tucumán, ardía la insolencia nativa al resplandor ígneo del sol de los incas que en los ortos majestuosos parecía bañarse en el rojo reverbero de la sangre india, llameante de venganza, de odio, de cólera suprema, dispuesta al doble sacrificio de matar y de morir.
En esta región altiplánica hubo, y probablemente aún hay, desprecio racial, sin embargo, mi colega David y yo percibimos igualmente que en Sica Sica se ha decantado en la gente, comunarios y vecinos, una actitud inteligente cimentada en dos verbos: entenderse y respetarse para caminar juntos, comprendiendo que los procesos históricos pueden generar más bien lecciones de convergencia y no herencias de resentimientos.
El cementerio prehispánico: los chullpares de Culli Culli

Cerca del pueblo de Sica Sica, en la comunidad Culli Culli Alto se encuentra Tama Chullpa (VER VIDEO), nombre original devuelto al sitio[3] y que en aymara antiguo denotaba agrupación de chullpas, un cementerio prehispánico al que nos llevaron nuestros guías con el fin de conocer sus ruinas.
Entramos al espacio, de una hectárea y media aproximadamente y rodeado por una malla metálica, que contiene decenas de tumbas posteriores a la cultura Tiahuanaco, y está asociado a la cultura Pacajes, año 1000 después de Cristo al 1470 después de Cristo, según el informe Conservando el legado de Tama Chullpa (2016). Son torres mortuorias de adobe y paja, pero ciertamente, deben haber sido hechas con alguna técnica muy especial para haber perdurado por tanto tiempo. Tienen una altura de entre tres a cinco metros y están dispuestas en fila con callejones entre unas y otras. Hoy, en 2022, deben ser una treintena. La investigadora Irene Delaveris, en su informe final sobre conservación de las chullpas de la comunidad Culli Culli Alto (2017), confirmaba en 2016 que 47 estaban en pie y 150 colapsadas, localizadas tanto dentro como fuera de la malla. El viento, que en el Altiplano es más veloz, la lluvia y la presencia de animales como conejos, ratones, patos silvestres, halcones y lagartijas horadan estas tumbas y las van destruyendo con su desplazamiento permanente.
Somos un grupo de aproximadamente 20 personas, la gran mayoría comunarios, mujeres y hombres que han crecido cerca de esta necrópolis ahora fantasma, sin muertos, sin chullpas. Las chullpas o momias que un día habitaron estas edificaciones, diseñadas para albergar a los muertos de las familias de mayor jerarquía, constituyen una costumbre interrumpida, posiblemente desde la llegada de los españoles.
Entramos y se advierte que estos habitantes aymaras que nos acompañan son a la vez lejanos y cercanos a este sitio. Lejanos por el tiempo que los separa de la época en la que sus ancestros construyeron estos chullpares. Lejanos porque desde hace varios siglos que ellos no introducen a sus muertos en posición fetal, envueltos en canastas verticales, sin vísceras para que se conserven y rodeados de utensilios, cerámicas y otros objetos de valor como lo hacían sus antepasados milenarios. Cercanos porque hay un espíritu que ronda, articula y no los deja, espíritu mitológico andino aún presente. Se trata de los chullpas, seres del inframundo que habitaron en esas torres cuando no existía la luz del día, seres que perduran en la memoria aymara y que, cuenta la leyenda, perecieron quemados por el sol, narra el historiador Mamani. También contrapuesta al conocimiento académico, otra historia de la mitología andina relata que los Urus y los Chiripa habrían habitado los chullpares y habrían sido descendientes de los Chullpas. Según Mamani, “los Urus son los Uchusumas que, en el 1600, no aceptaron ser reducidos por la corona española pero fueron vencidos y expulsados de las cercanías del Lago Titicaca”.
Hoy, la gente de Sica Sica no sabe de los Urus, pero hay algunas expresiones modernas que se conectan con ellos, dice Mamani, quien es asiduo seguidor por YouTube de la fastuosa Morenada Uchusuma, nombre que según él tiene directa relación con la cultura Urus.
La especialista en conservación patrimonial, la griega Irene Delaveris, sostiene que en el altiplano boliviano, donde abundan estos monumentos arqueológicos, está afincada la creencia de que los chullpas “te pueden entrar en el cuerpo y te puedes morir”, lo que incidió indirectamente en su conservación, ya que la gente evitaba acercarse a los chullpares.
Caminamos por el lugar y entramos a algunas de las torres con el deseo ingenuo y oculto de encontrar alguna chullpa. Por supuesto no hay ni una sola. Sin embargo, sí algunos restos óseos humanos dispersos que conviven con pedazos de plásticos y otras basuras de los ocasionales visitantes.
A lo largo de varias décadas, los huaqueros (saqueadores de restos arqueológicos y generalmente objetos precolombinos para venderlos) se han ido apropiando de las chullpas y junto a ellas de los demás objetos: vasijas, utensilios y otros. “Todas han sido saqueadas en el pasado, dejando restos óseos humanos, líticos y cerámicos principalmente sobre la superficie del sitio; una evidencia de la intensidad de la destrucción a la que fue sometido el sitio”, afirma el arqueólogo Víctor Plaza en Conservando el legado de Tama Chullpa (2017).
Algunas piezas de cerámica y piedras talladas encontradas se exponen en un pequeño museo contiguo, construido por el Ministerio de Culturas y la Cooperación Suiza, dentro de un proyecto de trabajos de restauración de once chullpares en Tama Chullpa, entre 2016 y 2018 y al que ingresamos todos para admirar los pocos objetos arqueológicos allí expuestos.
Pero no solo estos pobladores aymaras crecieron viendo estas tumbas milenarias. Los vecinos del pueblo y los hacendados también fueron testigos de su lento deterioro erosivo. Don Lionel nos mostró una cucharita de cerámica que encontró allí cuando tenía siete años. “Pero no la encontré dentro de uno de los chullpares, sino en un orificio que habían hecho las avecitas o los ratones”, nos dijo.
Este es un sitio arqueológico importante de la región altiplánica y podría ser un atractivo turístico poderoso si se continuara con los trabajos especializados de restauración de los chullpares y si se lograra establecer su protección efectiva de las agresiones del clima, los animales y los visitantes. Conseguir financiamiento para este propósito es otra de las preocupaciones del alcalde Kallisaya y de los comunarios de Sica Sica, quienes son testigos de que la indiferencia está erosionando también esta posibilidad.
Tuvimos empatía con la gente de Sica Sica. Visitar sus bienes heredados por la historia y constatar que reparan en ellos por su valor cultural y patrimonial, antes que por su pertenencia racial, es la mejor prueba de que son personas de apegos sosegados pero de temperamento firme, de generosidad despreocupada pero de alerta colectiva. Y, algo muy importante, son personas de alegría espontánea como la de Modesta Mayta, una mujer mayor quien, en medio de los chullpares, cantó para nosotros con picardía (VER FOTOS).
En resumidas cuentas, es gente buena por cuyas venas corre sangre indígena, mestiza y también criolla probablemente, que no hace de esa condición una trinchera, sino una circunstancia de vivir juntos creando sintonías en sus almas, o ajayus, antesala de lo que es ya, y podrá seguir siendo, armonía.
[1] Las entrevistas a Fernando Cajías, Carlos Mamani y Fernando Huanacuni fueron realizadas por la autora en 2022.
[2] Sentencia dictada en el proceso contra Tupac Katari por el oidor Francisco Tadeo Diez de Medina el 13/11/1781, se encuentra en un expediente ubicado en la sala IX del AGN, folio 38 vuelta. Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires.
[3] Plaza Martínez, Víctor y Rubén. (2007). Tama Chullpa. El cementerio prehispánico de la comunidad de Culli Culli Alto, en el Altiplano de la jurisdicción de Sica Sica, Bolivia. Folleto de divulgación pública. La Paz.