Feliz Día de Batman

Septiembre es el mes del amor, la juventud, la primavera y, también, de Batman. Desde 2014, el tercer sábado de este mes es el Día de Batman, una fecha movible con un significado especial para Ericka Noriega que nos relata cómo comenzó y cómo sigue su relación con uno de los personajes más conocidos de la ficción.

Las siguientes palabras no son de un despliegue de conocimientos acerca de porqué para mí este es el mejor personaje. Estas palabras son puro sentimiento. Que las critique aquel que no ame a un equipo de fútbol, a una ideología, a una persona real o ficticia, una canción, una película, un libro, un concepto abstracto como el amor mismo. Es que si no lo sientes, no lo entiendes.

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El caballero de la noche ha tenido muchas representaciones, pero la de Val Kilmer es la que cautivó a la autora en su juventud. Ilustración: Midjourney.

Sin embargo, este amor no fue uno a primera vista.

Supongo que hasta mi primera década algo debí haber visto o escuchado de Batman, quizá lo tomé de forma tan natural dentro de la cultura popular como a Papa Noel o al Khari Khari; no fue hasta que vi al caballero oscuro en la carne y los huesos de Val Kilmer que por fin llamó mi atención, como dice el título de esa película: forever.

Eran mediados de los noventa, más lejos del antiguo fin del mundo nuclear de la guerra fría y más cerca al nuevo fin del mundo tecnológico del Y2K. Una gran década para el cine, no tanto para el rock aunque nunca terminó de morir, como lo desahucian desde que tengo memoria.

Una época en la que: Bolivia gana y se va al mundial, pero después Bolivia pierde y entonces el soundtrack, acorde con nuestro irrealismo trágico, variaba desde Drácula de Opus 4.40 a Hombre Lobo de Loukass. Vilma Plata era lo más cercano a una heroína de la vida real, pues la legendaria dirigente de los maestros me salvaba de exámenes o tareas con sus históricos paros que ahora entiendo y admiro. Los noticieros repetían privatización de las empresas estatales y erradicación de la coca. Mi yo de esa época supuso que esas políticas estarían funcionando, porque pasamos de llamarnos “país tercermundista” a “país en vías de desarrollo”. Por eso no entendí por qué Goni dijo, con su español agringado, “Dios salve a Bolivia”. ¿Cuán jodidos estamos para necesitar intervención divina?

Después preferiría una intervención ficticia, la que usa capas y máscaras. Ahora la ambigua entre héroe y villano.

Pero todavía me faltaba entender que estar encarrilados en las interminables “vías de desarrollo”, era pura retórica, que “Dios nos salve” era alegoría, y que “estamos jodidos” es atemporal. De seguro pensé que la ficción supera a la realidad y preferí piratear (con un cable de cobre y paciencia) MTV y otros canales de películas y caricaturas de los que la compañía de TV cable descuidaba. Así es que una tarde, en la que estaba sola y algo enferma, encendí la tele de veintiún pulgadas y una familia de acróbatas del circo de Ciudad Gótica transformó mi náusea por vértigo, vértigo del bueno.

Me arrepentí de haber abandonado mi corta carrera de gimnasta cuando vi a los Grayson voladores sin red de seguridad; pero confirmé que no era lo mío cuando Dos Caras irrumpió en el circo con una bomba que Dick (más conocido como Ricardo Tapia para boomers y asociados) botó al mar y, después de hacerse al héroe, contempló a toda su familia muerta.

La palabra evento tiene dos interpretaciones. 1. Eventualidad, hecho imprevisto. 2. Suceso importante y programado. Ver al caballero de la noche en acción fue un evento en toda la extensión de la palabra. Recuerdo que cada vez me sentaba más al borde de la cama, en mi cabeza estaba al borde de todo lo que conocía en ese entonces: las novelas de Thalía, la Tribuna Libre del Pueblo, Sipiripi. Y ahora estaba frente a ese abismo oscuro con el magnetismo de un agujero negro.

Estaba al borde, todavía lo estoy cuando recuerdo ese evento.

Otro observador quizá solo vería un actor disfrazado haciendo coreografías de superhéroe, para mí era ver algo que no se parecía a nada de lo que había conocido, ni siquiera en mis recientes incursiones piratas en la televisión extranjera. Algo que parecía infantil y prohibido al mismo tiempo. Tenía el dramatismo de la escenografía, el contraste de los colores neón en las sombras, la estridencia de la música, la sobreactuación de los villanos, la templanza de Bruce Wayne.

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“Ese minuto perfecto terminaba con un rayo a espaldas de la silueta de un ángel con cuernos. ¿Cómo no amarlo?” Ilustración: Midjourney.

Y la oscuridad de Batman.

Batman había llegado a mí tan tarde como para no creer que existía de verdad. Batman había llegado a mí tan temprano como para producir ese fanatismo que solo los adolescentes despiertan en la construcción de sus propios personajes. Batman había llegado a mí en el momento y lugar exactos, como llega siempre, salvo cuando de salvar a sus Robin´s se trata.

Y yo había caído en esa red oscura que los Grayson voladores sacaron de su acto para ofrendar su vida y atraparme. Ya no estaba al borde de lo conocido, ya había entrado a ese nuevo mundo con un salto de fe.

Todo enamoramiento necesita un poco de fe. Y yo tengo fe en Batman.

Nunca creí que Batman me salvaría de los que me molestaban en el colegio o que me casaría con él. De lo que me salvó fue de mis pensamientos y del rumbo que estos daban a mis acciones. Me enamoré de él, no de forma romántica, sino como de un ideal. Su código de sacrificio con acción me sedujo más que el anterior código de sacrificio sin acción de las monjas de mi colegio católico, a las que admiraba y a las que algún día deseaba poder unirme.

Me enamoré de Batman porque me ayudó a revelar la oscuridad que existía en mí. ¿O acaso la sembró? Lo  que importa es que yo ya no era la misma cuando la voz de Bono cantaba mi canción favorita de U2 (Hold me, thrill me, kiss me, kill me) mientras los créditos corrían en la pantalla y yo todavía no podía moverme.

Pero para que ese enamoramiento se volviese amor, todavía faltaba un largo baticamino.

Nuestras citas diarias de media hora, cada tarde de lunes a viernes, fueron la consolidación de mi amor. La introducción de la serie animada escrita por Paul Dini (1992-1995), sonaba a órgano de cantos gregorianos contrastados con la atmósfera noir del cielo que se volvía rojo sangre. Abajo, ciudad Gótica dibujada con el estilo bautizado gracias a la serie como dark decó. Una explosión en el banco y la música parecía una marcha militar lúgubre durante la clásica persecución que terminaba con los delincuentes ofrendados a la policía. Ese minuto perfecto terminaba con un rayo a espaldas de la silueta de un ángel con cuernos. ¿Cómo no amarlo?

Miedo, tensión, admiración y un poco más de miedo.

Como en todo buen amor, quería saber todo acerca de mi objeto de deseo. Entonces solo confirmaba que cada vez me gustaba más, pues no le encontraba defectos. Y claro que los tiene, pero eran los noventas, el acceso a la información era difícil. Mi recreo de un boliviano alcanzaba para diez panes, pero no para películas en VHS, menos para comics. Y lo bueno de la navidad era que Batman Returns (Tim Burton, 1992) nunca faltaba.

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Hoy en día, la autora sigue siendo una fanática de Batman, aunque ya lo comprende desde otras perspectivas. Foto: Ericka Noriega.

De hecho, con las películas de Tim Burton mi amor se consolidó.

Al igual que esas uniones estables que necesitan espacio vital, yo ya no pensaba en Batman todo el tiempo, ni necesitaba más información de él, me bastaba saber que pese a que conocí nuevos personajes que me gustaron, algunos incluso más, yo amaba al caballero oscuro porque no sería la misma persona sin él.

Aquí, una elipsis de una década.

Mi hijo nació el mismo año que se estrenó Batman Begins (Nolan - 2005). Lejos de olvidarme de esas cosas de “niños”, las reviví. Quise transmitir mi sentimiento. Aquel que esté libre de haber querido heredar a los menores algún amor por un equipo de fútbol, una religión, una doctrina, que me lance la primera piedra. Le leía comics antes de dormir, veíamos todas las películas juntos, jugaba con él y sus muñecos de DC. Pero mi hijo prefería a los Power Rangers. Y con el pensamiento binario que yo tenía esa época, me conformé siempre y cuando no le gustase Superman.

Le decía cosas como que Superman tenía poderes sin mérito y al ser casi invulnerable perdía emoción, además, así cualquiera podía hacer lo que él hacía; en cambio Batman era vulnerable, defectuoso, humano. Tenía poder físico por mérito propio y solucionaba sus problemas con inteligencia. Así mismo, Bruce Wayne, pese a tenerlo “todo”, se ponía en riesgo cada noche para combatir el crimen por lo que vivía en un constante conflicto interno. Pero cada vez notaba más que aquel personaje que amé más de la mitad de mi corta vida (en ese entonces), era todo lo que mi yo adulta criticaba.

Después del amor, siempre llega el desengaño.

Batman representaba el ultra conservadurismo, la burguesía recalcitrante, el statu quo, el capitalismo crudo y duro, la construcción de armamento y negociados con militares. Bruce Wayne representaba al despreocupado millonario por herencia, un mujeriego sin oficio ni beneficio que era atendido por un anciano. No se necesita ser psicólogo para darse cuenta de que era un loco, igual o peor a los que combatía, en un círculo vicioso entre las calles, la cárcel y el manicomio.

Un Sísifo enmascarado al que seguí siendo fiel porque nadie, ni Batman, es perfecto, eso lo hace más real: al igual que mis sentimientos a prueba de decepciones.

Para hacer corta la historia, aquí otra elipsis de otra década.

Una máscara en medio de la noche es enigmática, cientos son un carnaval. Con un hijo adolescente atrapado en la vorágine del cine de superhéroes, siempre hay un estreno por venir, como si estas películas fueran fabricadas en serie por una mano invisible.

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“Batman representaba el ultra conservadurismo, la burguesía recalcitrante, el statu quo, el capitalismo crudo y duro, la construcción de armamento y negociados con militares.” Ilustración: Midjourney.

Las vi casi todas, incluso hice filas que duplicaron la duración de la película. Estando en la sala, varias veces me pregunté si esto provocará en algún niño/adolescente lo que me provocó a mí ver de forma más sencilla, íntima, casual, a Batman. Y lo dudo. No por creer mi idilio especial, sino porque ahora todo se fabrica con un tiempo de uso. Ni se terminó de digerir el refrito y el recalentado ya está en el horno. Y no es que con Batman no pasó lo mismo, pero no fue tan evidente.

Si ahora todo tiene un tiempo de uso, ¿cuándo caducará este cine?

No será pronto. Al menos no mientras en la revigorizada industria del entretenimiento los productores sean más importantes que los directores, las fórmulas sean recetas de éxito y el cliente siempre tenga la razón.

Cuando el cambio de sexo o de color de piel de un personaje divide a la población en dos bandos irreconciliables, yo solo me pregunto: ¿acaso no todo trata en el fondo de la condición humana?

Como boliviana puedo decir que ninguno de esos personajes industrializados me identifica. Incluso entre bolivianos nos sentimos excluidos de algunos sectores internos, peor al ver realidades lejanas que parecen más ficción que la ficción. Quizá por eso ni de niña necesité que me indicaran qué personaje me podía identificar, quizá por eso lo que ahora me conmueve de los personajes son sus características internas. Quizá por eso sé que no hay otro como mi caballero de la noche, mi señor oscuro, el justiciero para el que ningún actor es suficiente. El héroe que no necesita que nadie lo defienda.

Solo le agradezco que haya hecho mi vida mejor. Que a lo largo de los años sigue siendo esa válvula de escape de la realidad que a veces necesito, ese ejemplo de estoicismo ante los problemas de la vida adulta, ese contacto con lo que queda de mi niña interior, y claro, mi primer amor adolescente, el que dicen que nunca se olvida.

Gracias por todo Batman.

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