De los sueños
Me telefonea una señora, hija de mi amigo Jesús. En México, a los Jesuses les dicen Chuy, o Chucho. Su mujer, en Juaritos, le acaricia la cabeza, algo pelada en la cima, y le dice: no se agüite, mi Chuy. Pero Chuy se agüita porque pasaron los años y en su deslave arrastraron casi todo, incluida la hombría…
Acaba de volver de visitar la novia y sus hijas. Le pregunto si no lo molestan los narcos con la tremenda troca que trae. Me dice que va por la carretera rápida y que justo antes de Juárez, sale a la izquierda, maneja un poquillo y la pone en un garaje. Sería imposible de otro modo. El Rayo me cuenta que en Michoacán ya lo esperan, lo hacen detenerse. Por radio ya avisaron el modelo de auto y cuántos van. Su carro no tiene valor, no les interesa, preguntan, cobran una tarifa, le alcanzan un Gillette para sacar el sombreado de los vidrios, porque ellos tienen que ver, no les gusta el juego de escondidas. ¿O se lo quitamos nosotros?, sonríe el joven golpeando la cacha de su cuerno de chivo. No, no, ágil el Rayo se pone a trabajar. Lleva gallos a los palenques en México. Los cría en Denver, en una localidad al norte que creo se llama Henderson, tierra rural, pura raza y gringos mugrosos. Droga, heroína, hielo, puercos y chivos para barbacoa. Borregos también.}
A Jesús lo vi el domingo. Se burló de verme caminar como “viejillo”. Pero anunció que no se sentía bien, que aguantaría en el jale hasta fin de año, o enero quizá, que con eso se compraría un tractor para cultivar las tierras que tiene en la sierra de Durango. Sandías es lo que quiere. Hace un par de años lo intentó con melón, no sé si Honey Dew o Cantaloupe. Fracasó. No estando él ahí, el administrador le robó y fue pérdida de tiempo. Hoy lunes, fatídicas dos de la tarde, su hija anuncia paro cardíaco y embolia. Jesús estaba en cirugía. El tiempo del amor y de los sueños es muy breve, aunque sea el motor por el que funcionamos, por el que exigimos al cuerpo más de lo que da. Veremos si lo supera; me daría mucha pena que no. Dejará en la frontera cinco mujeres de negro. Espectros de Pedro Páramo y de Arturo Ripstein. En los palenques cantan tristísimas canciones de abandono. Que si sí, pero fue no. Los gallos se descabezan con navajas atadas a las patas. En las riñas de gallos siempre hay un asador encendido. Los perdedores van directo allá, barbacoa de gallo derrotado, casi invocación a los oscuros dioses del silencio.
Lorca imaginaba que la muerte lo miraba desde las torres de Córdoba. En el norte te mira de todo lado, busca tu mejor perfil para segarte la vida. Piedras, piedras, dioses, diría Eisenstein. ¿Es arbolada la sierra?, pregunto. Puro pino. Con mi jefe íbamos descalzos a cazar al monte, nunca pedimos nada, éramos pobres, pero bien felices. Mantengo a mis hermanas; ellas se quedaron en el rancho, nunca vinieron al norte. Yo vine de morrillo, chavalón. De pronto posee tierras, unas hectáreas pocas, nada que lo cambie del lado de los pelados al sector de los pelones. Fusilaron hace bien mucho a la revolución. Ora, jijos del mosquito, que Villa tomó Torreón, pa quitarles lo maldito a tanto mugre pelón (no recuerdo si lo cita John Reed o Martín Luis Guzmán).
Me apasiona México y chupasangre vampiro saco de mis amigos historias del más allá, no del otro lado sino de aquicito. Así he viajado por Guerrero y Veracruz, por la Mixteca y la Oaxaca y he visto sacar del barro antiguos “monitos” que representan feroces deidades con colmillos de caimán.
¿Qué piensa, si pensando está, Jesús en su cama de hospital? En la verde llanura de inmensas bolas que tienen la carne roja, algunas amarilla, que se transformará en billete y hará que su vieja lo quiera más, aunque las aguas se llevaron hasta aquello…
Mi hija me contaba de la Barranca del Cobre. Pasó unos días en una cueva tarahumara, como parte del currículo de su escuela expedicionaria. He visto todo con ojos abiertos en páginas que cumplen ya cincuenta años. También he caminado algo y he descabezado un gusano ahogado en el mezcal y he mirado pulque colorido.
Hay hijos de amigos que están en la neta en Sinaloa porque no hay más que hacer para ganarse la vida. Emboscados por los cerros protegiendo al Mayo Zambada. Cuando el sol cae y viene la luna de guitarras y vino (tequila es el vino), soñarán también que hay otra vida, leerán las cartas que llegan del norte y algunos dólares de a veinte. Al día siguiente lo mismo: a vigilar. A ratitos a matar pero por lo general ni tanto.
Amigo Jesús, pues ahora sí en las noches estaré solo en el trabajo. Con el zorro joven que espera que alguien le arroje un pedazo de charque. Se me acerca, me mira, no compro charque, le digo, y le tiro unas galletas. Las come, por mañana si no por hoy. Y eso que tal vez mañana no esté, que se haya ido de fiesta y nos dejó a la intemperie, en una parada de buses que no existe, en medio de la tormenta que en las Montañas Rocosas llega como huracán. Yo no cultivaré sandías, ni colgaré Santa Ritas del portal de casa. Bastará si logro ver el Tunari. Lo demás viene en las horas sin voz, esas donde hablan los muertos, hacia donde vamos, sin boleto ni algazara, como tenue, imperceptible, acequia árabe.
22/08/2022